Editorial

Una guerra comercial hacia ninguna parte

Esta guerra de aranceles, este retorno al pasado de los espacios autárquicos, no será buena para nadie. El comercio debe ser libre, con el mínimo vallado, como línea recta al progreso y la prosperidad

El panorama que se cierne sobre la economía mundial y las relaciones internacionales es exactamente el que cabía esperar. Donald Trump no ha ocultado sus intenciones, entre otras cosas porque se trata de dar continuidad a las decisiones adoptadas en su primer mandato. Por lo tanto, nadie debería sorprenderse. El inquilino de la Casa Blanca ha hecho exactamente lo que prometió en campaña con su política de presión arancelaria contra todos y contra todo conforme a convenciones de una filosofía simplista, nada sofisticada, que entiende que los países con un superávit comercial bilateral de bienes con EEUU roban a los norteamericanos, que los aranceles generarán una elevada recaudación que beneficiara a la política fiscal de su administración, que los acuerdos comerciales no refuerzan ni protegen a su país y, en definitiva, que, como primera potencia económica del mundo, el resto de naciones terminarán por hacer concesiones ante la presión por más extorsionador que parezca. En principio, este guion es tan discutible como el de compartir de plano y sin matices el concepto maniqueo de que las barreras levantadas a las importaciones reportarán frutos dulces para los estadounidenses y tragos amargos para aquellos estados que no pasen por el aro. En todo caso, el conflicto es un hecho. La Comisión Europea ya ha reaccionado al anuncio de Donald Trump sobre tarifas recíprocas a la UE con el anuncio de que los Veintisiete reaccionarán de manera «firme e inmediata» contra obstáculos «injustificados» al comercio libre y justo. Hay un plus de hipocresía y doble moral en todos los actores partícipes en este colosal enredo. No existen gobiernos seráficos ni buenos samaritanos, tampoco mirlos blancos. Los aranceles no son una herramienta nueva para sacar ventajas y desequilibrar el tablero del mercado internacional, como tampoco las barreras y sobre todo los impuestos y regulaciones salvajes de las que Europa sabe lo suficiente, más allá de que la excusa del IVA planteada por Trump sea grotesca. Los BRICS, por ejemplo, se llevan la palma en cuanto a trabas comerciales y nadie ha puesto el grito en el cielo. La reciprocidad y la equidad, camino de la justicia y el equilibrio, no son nocivos per se, sino su uso perverso como razón para socavar la libertad de comercio, que es la clave de bóveda del bienestar. La Unión Europea tiene razones para la preocupación, con una economía estancada y dependiente de las exportaciones. Pero tampoco Estados Unidos debería regodearse en una victoria que no será tal y que se cobrará su precio en términos de crecimiento, inflación y muy probablemente de empleo. Refiere una máxima jurídica-popular que más vale un mal arreglo que un buen pleito. Esta guerra de aranceles, este retorno al pasado de los espacios autárquicos, no será buena para nadie. El comercio debe ser libre, con el mínimo vallado, como línea recta al progreso y la prosperidad.