Aquí estamos de paso

No a la guerra

Cuando alguien padece cáncer no está en guerra con nadie, no es víctima de ningún ataque, no gana ni pierde batalla alguna

Quienes en este oficio de contar hemos hallado acomodo y compromiso solemos tirar de metáfora para mejor hacernos entender. Una noticia, un suceso, algo que calibremos de interés y queramos que se conozca y entienda, se digiere mejor mediante esa comparación tácita de figuras y situaciones distintas que es la metáfora. Gotas de sangre como perlas brillantes; nubes que en la distancia poseen la textura del algodón; el dolor que nos devora como una carcoma… Siempre podemos hallar imágenes que expresan emoción o situaciones que definen realidades distintas: un lugar sucio es una pocilga, o un debate televisado un duelo a muerte. El periodismo atesora infinidad de metáforas, algunas convertidas ya en muletillas de uso cotidiano. De una familia de metáforas de uso común en el oficio hemos estado hablando estos días en San Millán de la Cogolla, en el Seminario Internacional de Lengua y Periodismo que cada año organizan en El monasterio de Yuso la Fundación que guarda el tesoro del origen de nuestra lengua allí descubierto, la Real Academia Española de la Lengua a través de FundeuRAE, y la agencia Efe. Este año el encuentro ha reunido a corresponsales de guerra y lingüistas para hablar sobre «El lenguaje de las guerras: cómo contar el conflicto». La perversión de las palabras para ocultar los horrores, la frivolización a la que empuja el uso cotidiano del lenguaje bélico o la dificultad cada vez mayor para poder informar veraz y objetivamente de las guerras abiertas (la mayoría, por cierto, perfectamente silenciadas) han sido algunos de los ejes de un encuentro que ha reflexionado además sobre la forma en que ese lenguaje bélico penetra en otros órdenes de nuestra vida cotidiana. Y ahí entraba este escribidor como representante de una entidad, la Fundación Sandra Ibarra de Solidaridad Frente al cáncer, que lleva años trabajando para desterrar el lenguaje bélico de las referencias al cáncer. Acudimos a él para expresar dureza o gravedad de una situación. Buscamos la metáfora de guerra con la buena intención de ser descriptivos. Pero combinar guerra y cáncer puede resultar, de hecho resulta en la mayoría de los casos de pacientes y sus entornos, realmente dañino. Porque en realidad ese tipo de lenguaje lo que consigue es colocar en las espaldas del paciente y su entorno la responsabilidad de su propia situación. Cuando alguien padece cáncer no está en guerra con nadie, no es víctima de ningún ataque, no gana ni pierde batalla alguna. No es uno soldado o una luchadora. Es, simplemente, un ser humano que quiere curarse. Su vida no depende de una actitud bélica contra nada, ni siquiera la enfermedad. Depende de la ciencia médica y la suerte. Marcarle un camino de lucha es ponerle más peso a su dolor. Y no digamos si cuando muere, «ha perdido la batalla» (titular bastante común en este ámbito), porque entonces además de no haber superado la enfermedad, es despedido como un perdedor o una perdedora.

Sigue siendo urgente que cuando los medios nos enfrentemos a relatos de cáncer pensemos en los enfermos y sus familias y apartemos una forma de contar, de nombrar, que además de mentirosa es perjudicial, y mucho, para quienes no necesitan precisamente que oscurezcamos su inquietante panorama de salud empujándoles a ser lo que no son, instándolos a la heroicidad como si de ello dependiera que fueran a salir adelante.