A pesar del...
Lorax y la empresa
Los agricultores, los ganadores y los empresarios de la madera, los silvicultores, no destruyen la naturaleza, sino que la protegen y recrean desde hace siglos
Por recomendación de Jorge Abad, compañero de «Más de Uno» en Onda Cero, he visto Lorax: en busca de la trúfula perdida, la película de animación de 2012 basada en el relato homónimo del Dr. Seuss de 1971. Enfadado porque los libros ecologistas eran en su época aburridos, Dr. Seuss se dispuso a contar una historia entretenida sobre el mismo tema, y lo consiguió. A sus éxitos como escritor le sucedieron películas que, como esta, también tuvieron buena acogida. Por desgracia, su mensaje sobre los negocios y las empresas es equivocado.
La historia se basa en el Lorax, un personaje mágico que cuidaba de la naturaleza, los animales, y en particular el árbol de la trúfula. Todo, sin embargo, se estropeó por culpa de un empresario que promueve la fabricación de thneeds, un tejido versátil y muy demandado, y al final se talan todos los árboles, se expulsa a todos los animales, y los humanos viven en una horrenda ciudad donde todo es de plástico y el malvado empresario les vende aire puro. Un niño de doce años, Ted Wiggins, quiere conseguir un árbol de verdad, pero el empresario rechaza la idea porque los árboles producen gratis el aire puro que él vende envasado, mientras conspira para que haya cada vez más contaminación, para vender más aire.
El niño sale de la ciudad, ve el páramo en que se ha convertido la naturaleza, encuentra un ser que le explica lo que ha pasado, el ser le entrega la última semilla de la trúfula, y al final todo termina bien, pierde el empresario, y vuelve el Lorax, que se había marchado porque la gente no protege el medio ambiente.
Todo es un disparate, empezando por la idea central de que talar un árbol es malo, es como un asesinato. Pero talar árboles no es malo, como no lo es cosechar lo que se siembra. Los agricultores, los ganadores y los empresarios de la madera, los silvicultores, no destruyen la naturaleza, sino que la protegen y recrean desde hace siglos. Ningún empresario es como el de la película, ridiculizado como protagonista de un sistema destructor, independientemente de la bondad de sus emprendedores. El argumento es irracional, como lo es su visión de los seres humanos, imbéciles cómplices de la destrucción debida a la búsqueda del beneficio empresarial.
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