Opinión

El milagro de la reina Camila

La crisis de liderazgo que atraviesa la monarquía inglesa, desprovista de lo más básico, de personal estable y coronable, la está elevando de manera orgánica.

El cáncer es un fenómeno triste pero incuestionablemente democrático entre nosotros, los humanos; y los ingleses, que también lo son, están perplejos, aunque echando mano de su sempiterna contención y saber estar para no protagonizar reacciones humanas como alegrarse o lamentarse. ¿No era Isabel II inmortal?

La imagen, las apariencias, son vertebrales, quizá los aspectos más importantes si hablamos de la realeza y su perpetuación. Por eso es tan bizarro que la mujer (un día) más odiada de Inglaterra (y puede que del mundo durante algunos episodios de su pasado) sea quien ostente la corona más grande y pesada de todas, prácticamente en solitario. ¿Y a regañadientes?

Ya nos parecía curioso que Carlos de Inglaterra fuera rey, aun no nos hacemos a esa idea irrealizable, pero aún es más chiflado…¡distópico! que lo sea Camila: la reina Camila.

Él, un septuagenario caprichoso y frívolo, sin el más mínimo sentido de estado, que puso en jaque a la monarquía cuanto quiso creando grandes problemas a su familia por sus indominables veleidades. Toda una vida de escándalos (blanqueados) a su alrededor, en cuyo espacio hoy solo parece quedar boato.

No es mi intención juzgarlos, nada más lejos, los pecados de cintura para abajo me parecen comprensibles (como todos) pero más divertidos. Sin embargo, esta pareja de yayos en nada pueda ser ejemplarizante desde antes de que el Príncipe de Gales reconociera que su deseo más elevado consistía en convertirse en támpax. El támpax de Camila, allá en sus años de merecer.

Támpax o no, ella ha sido su sombra y su sostén y ahora es su reina, y la de todos los ingleses mientras Carlos se bate en duelo con la enfermedad y sus padecimientos, al igual que su nuera.

Una reina, Camila, en cuyo blanqueamiento (no solo dental, pero también, dado que es fumadora compulsiva) trabaja a destajo lo mejor del equipo de la Firm que dadas las circunstancias y una vez que la jefa se fue parece tener los días de gloria contados, si es que no se les han acabado.

Dicen los empleados de Buckingham que, la madrastra del cuento, a la que Guillermo y Harry no querían tener frente a los ojos, a la que la Reina detestaba, finalmente se ha convertido en la jefa, no solo eso, en la única opción, algo que se le agradece con cariño y lealtad sinceros.

La crisis de liderazgo que atraviesa la monarquía inglesa, desprovista de lo más básico, de personal estable y coronable, la está elevando de manera orgánica. Atrás quedaron los sombreros ácidos, los abrigos multicolores y, sobre todo, el alma rotunda, inmensamente íntegra de la reina Isabel II sobre cuya leyenda y veneración no cabe una grieta, ni una duda razonable porque estaba más cerca del pensamiento mágico que de otra cosa...

Carlos III no sólo es hijo y viudo de dos mitos incuestionables (Isabel II y Diana) sino que se trata del monarca más vetusto en acceder a un trono, con el que, de hecho, no ha podido y, que inesperadamente ha recaído en Camila, como si le hubiera tocado ¡la corona inglesa! en una bolsa de gusanitos.

Con todo, Carlos de Inglaterra, que apenas alcanzó a reinar (de manera efectiva) un año, pasará a la historia, pese al támpax, como el hombre más elegante del mundo. Y el único verdaderamente creíble en chaqué.

Y la prueba irrefutable de su elegancia medular es su amor y su deseo inextinguibles por esa gran desconocida, con cara de librero, llamada Camila Parker Bowles, sin necesidad de que su amada estuviera ni por lo más remoto "buena". No me negarán que se trata de uno de los hechos más estéticos, revolucionarios y dignos de análisis que hoy en día nos podemos echar ustedes y yo a la cara. Eso y que, a sus 76 años, Camila, iba a lucir todo el peso de la Casa Windsor en la más grande crisis de identidad que haya agitado los verdes pastos de la campiña británica.