Tribuna
Mundo ordinario vs. mundo extraordinario
Buscamos el otro lado, el más allá, en el paso a un mundo especial, un bosque encantado o una cueva sobrenatural que nos desvela el misterio del mundo
Hay un momento esencial en el ciclo de los héroes de los mitos y los cuentos mitológicos que es el del cruce del umbral entre el mundo ordinario y el mundo especial, que da comienzo a toda aventura. En un principio está el escenario habitual de nuestras vidas (lo que hoy llamarían los pedantes «la zona de confort»), la casa familiar, la aldea, la comarca, o la Tierra Media; ese mundo, en fin, que habitamos diariamente, con su galería de personajes familiares que vemos en los trabajos y en las escuelas, entre parientes y personajes cotidianos. Es el grado cero de toda aventura. Llevamos una existencia marcada por lo ordinario y por la rutina de todos los días. Pero ese mundo es imperfecto, agobiante o bien nos llega a aburrir mortalmente hasta que, en cierto momento, hay una disrupción, representada muchas veces por un desafío, una carta, o un mensaje que hay que responder: a veces es la constatación de una carencia, una falta, un pecado, una desaparición. Parece que faltara algo en ese mundo idílico de nuestra comodidad rutinaria: era algo intuido que salta a la vista justo entonces. Sigue la llamada a la aventura, a veces realmente banal, que hace al héroe trascender lo aparente y lo cómodo para sumergirse en un mundo diferente.
Entonces se da el paso al mundo especial. Muchas veces existe de incógnito, plegado al otro lado de lo cotidiano, y se puede desplegar con un acto insignificante, como volver la esquina, mirar a través de un espejo o un cuadro, dentro de un armario, buscar entre las páginas de un libro, en las notas de una sinfonía o ponerse un anillo o una capa. Los teóricos de la mitología y el cuento maravilloso, formas esenciales y populares de la narrativa patrimonial, han escrito mucho sobre este paso entre el mundo ordinario y el extraordinario. Recordamos, por ejemplo, los tratamientos paralelos de Vladimir Propp y Joseph Campbell. Otros mitólogos y estudiosos han tratado repertorios de diversas formas sencillas de narración, tanto literaria como filosófica o religiosa, fábulas, ejemplos y muy a menudo parábolas o apólogos, con este esquema del viaje existencial, sapiencial o aventurero. Todo ello, se olvida a menudo, es también una clave para un aprendizaje extremadamente útil en la vida. Y es que la literatura y la filosofía nos ayudan a entender la existencia como una peripecia de eterno descubrimiento, un viaje redondo entre el nacimiento y la muerte –la historia de una ida y una vuelta, parafraseando a Tolkien–, que tiene su trascendencia indudable en el espejo de los otros, los que nos han precedido y los que vendrán.
Buscamos el otro lado, el más allá, en el paso a un mundo especial, un bosque encantado o una cueva sobrenatural que nos desvela el misterio del mundo. Así se ve en los mitos de diversas latitudes, las aventuras de Perseo, Hércules, Buda o Cúchulainn, en pos del paso al otro lado para alcanzar el conocimiento, el reino o la trascendencia. La filosofía sigue a veces un esquema similar. Los diálogos de Platón en cierto modo también describen una aventura filosófica en diversos escenarios, un paseo junto al Iliso, una peregrinación a una cueva sagrada, una invitación a una cena algo especial… La escenografía nos ayuda a situarnos en la vida cotidiana y urbana o rural. Luego se produce la ruptura con los mitos y alegorías en el interior, que nos guían por el mensaje filosófico del diálogo, como esa caverna en la que estamos encadenados, o el ascenso por la escalera mística. En el camino del mito filosófico, como en el del cuento maravilloso, hay auxiliares, objetos mágicos, un cruce del umbral y, sobre todo, un regreso con el elixir.
También la narrativa posterior, sobre todo la destinada a los más jóvenes –pienso en Barrie, Carroll, Frank Baum, C.S. Lewis, Tolkien, Hesse y otros muchos–, ha tratado con predilección el cruce del umbral que lleva al mundo extraordinario. A veces ese tránsito no está custodiado por criaturas terribles, como las sirenas o la esfinge, que preguntan la contraseña para desprendernos de nuestra vieja identidad, sino que, como en «Alicia en el País de las Maravillas», los auxiliares, mediadores y umbrales son un mero picaporte, un conejo blanco, unos pasteles o bebedizos de salón de té, que conducirán al jardín del más allá. Y es que tras lo cotidiano y aparentemente banal se encuentra la ruptura hacia la peripecia.
Lo fantástico, lo único y lo sobrenatural animan y dan sentido a nuestras vidas. Podemos buscar el misterio también en lo cotidiano: en los elementos más insospechados del día a día se esconden los portales hacia lo extraordinario. Viene esto a cuento también del regreso a nuestras vidas ordinarias tras recientes festividades navideñas. Se puede indagar en lo extraordinario –el mundo festivo es un paréntesis de lo cotidiano– al volver ahora a lo ordinario. Esto se hace a veces con desazón, tras las fiestas. Pero ¿por qué no seguir buscando en nuestro mundo de regreso a lo rutinario esos pasajes ocultos a lo extraordinario? En lo cotidiano están latentes la oportunidad, el riesgo y la aventura de escudriñar un poco en el otro lado.
La narrativa patrimonial, en la que se basan el mito y el cuento maravilloso, utilizada con preferencia por la filosofía y la religión, nos ayuda a soñar con esos mundos. Pero, atención, que no solo meras ensoñaciones o utopías escapistas ante los problemas del día a día. Muy a menudo aportan verdaderas soluciones prácticas para la busca de la felicidad. Así lo ha entendido siempre la humanidad, valorando como una de sus más altas realizaciones esa literatura patrimonial que nos hermana en una gran familia y nos explica, una y otra vez, la gran aventura, el gran misterio de nuestras vidas.
David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.
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