Tribuna

El muro de Clinton, la valla de Aznar

El muro americano, entre la América de los ricos y la de los pobres, pretende evitar la entrada masiva de mejicanos a Estados Unidos. O mayormente de gentes llegadas de cualquier rincón de Centroamérica y más al sur.

El muro de Clinton, la valla de Aznar
El muro de Clinton, la valla de AznarBarrio

Lo de construir barreras físicas para impedir el paso ilegal de migrantes de un país a otro es un fenómeno global y por tecnología esencialmente contemporáneo. El siglo XXI ha brillado con luz propia en el dudoso arte de convertir las fronteras en pasos infranqueables con la participación de todas las ideologías dominantes.

El muro americano, entre la América de los ricos y la de los pobres, pretende evitar la entrada masiva de mejicanos a Estados Unidos. O mayormente de gentes llegadas de cualquier rincón de Centroamérica y más al sur. Todos buscando lo mismo, un futuro mejor. Y huyendo de lo mismo, de la miseria. Cuando la frontera es terrestre, cruzar un palmo de tierra significa para los sufridos migrantes, pasar del infierno al paraíso tras burlar el muro o la valla.

Aunque luego no sea siempre así. Lo del paraíso. Esa es la imagen idealizada. La verdad es mucho más dura. Sólo hay que ver «Io, Capitano», una excelente película que sigue a dos menores senegaleses que pretenden llegar a Europa. La penalidades que padecen son un vía crucis sin fin.

Trump alzó la bandera de un muro inexpugnable que abarcara toda la frontera sur de Estados Unidos. Aseguró además que el costo multimillonario lo asumiría el Gobierno de México y que no iba a quedar un solo quilómetro por cubrir. Y para nada. Fracasó completamente por dos motivos. El primero, no obtuvo los recursos para consumar su promesa electoral. El segundo, la mayor parte de la frontera está en manos de centenares de terratenientes privados que a menudo no están por la labor.

El muro tampoco es un invento del Partida Republicano. Fue ideado por el demócrata Bill Clinton que además también fue el artífice del inicio de la desregulación de Wall Street que, eso sí, se acentuó con George Bush para luego dar pie a la peor crisis mundial desde el Crack del 29, el de las hipotecas subprime que heredó la Administración Obama. El primer presidente afroamericano sí tomó medidas contra la desregularización, enmendando el despropósito que sembró Clinton. Pero por lo que atañe al muro fronterizo, Obama siguió la misma política de sus antecesores aunque sin el discurso beligerante contra los inmigrantes que luego tomaría carta de naturaleza con Trump.

Claro que, a lo largo del siglo XX, Estados Unidos ha gestionado la llegada de inmigrantes siempre con un severo control según su procedencia y puerta de entrada. Como las oleadas de irlandeses e italianos. También alemanes, en menor medida, como los abuelos de Donald Trump. O cubanos huyendo del régimen castrista, como el que fuera alcalde de Miami, Tomás Pedro Regalado. O sus predecesores Joe Carollo, Xavier Suárez o Manny Díaz. Los balseros hicieron célebres a esa inmigración cubana, las humildes gentes cubanas que huían de la carestía y que arriesgaban su vida sorteando el Golfo de Méjico hasta Florida. Fueron inmortalizados en el documental «Balseros».

La llegada de irlandeses a Nueva York es el leiv motive de la célebre película de Leonardo Di Caprio «Gangs of New York». Entran como rebaños y son carne de cañón. La masiva llegada de italianos la tenemos en el Padrino cuando el pequeño siciliano Vito Corleone surca el Atlántico con las manos en los bolsillos.

Por aquel entonces la aduana de los que llegaban en barco de Europa era la Isla de Ellis, el pequeño islote en la bocanada del puerto de NYC, a la altura de la bahía New Jersey. La aduana en Ellis se remonta 1892 y así siguió hasta 1956. Se estima que más de 100 millones de estadounidenses tienen un ancestro que pasó por el pequeño islote de Ellis, en el río Hudson, de poco más de 2 hectáreas de superficie, apenas tres canchas de futbol. Sin olvidar que el corazón de Europa vivió durante décadas el oprobio del Muro de Berlín, aunque en su inicio tenía un carácter más ideológico. Era la frontera que separaba el socialismo real del capitalismo.

Si el Muro de Clinton es la frontera física de la América latina con Norteamérica. La Valla de Melilla es la frontera sur entre África y Europa con la salvedad que luego queda el Estrecho de Gibraltar, algo más de 14 km de aguas surcadas de fuertes corrientes. La aventura no finaliza saltando la valla que José María Aznar mandó construir en 1998. Eso lo saben perfectamente los padres de los hermanos Williams, Nico e Iñaki. Lograron saltar la valla para luego ser detenidos por la Guardia Civil.

Pero la valla no es patrimonio del PP. Pese a que con Rajoy se consolidó. El socialista Zapatero para nada derribó la valla cuando llegó a La Moncloa. Mandó reforzarla con concertinas, la alambrada de púas o cuchillas que pretende ser una medida disuasoria y es una sangría. Como remate Pedro Sánchez, con el apoyo de la Unión Europea, blindó la valla con la complicidad de Marruecos en un intento baladí de impermeabilizar la frontera.

Sergi Soles periodista