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Negociar

Pedro Sánchez probablemente pasará a la Historia como el hombre que revitalizó el caciquismo en nuestro país

Saber negociar es un arte que pone a prueba el talento de las personas. Se podía pensar que, cuando el gobierno se embarcó en su descabellado proyecto con el apoyo de los independentistas, sabía lo que hacía porque estaba muy seguro de su capacidad de negociación y de sacarles cosas. Ya se ha visto que no. En un tiempo récord, a la que le han presionado un poco, ha entregado todo de una manera caótica y con urgencia. Puigdemont ha ridiculizado a Sánchez mostrando ante el público que, durante toda la legislatura, sus condiciones se las va a hacer llegar siempre con forma de supositorio.

Para salvar la cara tres días después, el presidente puso su mejor voz de galán de astracanada italiana (esa que ya tan bien conocemos) y preguntó en voz alta, retóricamente, (con ese tonito habitual de candidez buenista impostada) qué puede haber de reprochable en conseguir aprobar unas medidas buenas para los españoles.

Tampoco hace falta ser demasiado inteligente para ver la respuesta: si son tan buenas, que las hubiera apoyado todas Podemos. Y, además, independientemente, de la bondad o no de las medidas, la inmensa chapuza que ven todos los españoles es el precio que ha pagado Sánchez por ellas. De poco sirve aprobar unas medidas coyunturales si te cuestan la contrapartida de acabar con la igualdad entre todos los habitantes de nuestro país.

Pedro Sánchez probablemente pasará a la Historia como el hombre que revitalizó el caciquismo en nuestro país. Presume de que los que estaban hablando de independencia lo hacen ahora de balanzas fiscales. Pero, si realmente piensa eso -y no se trata solo de un argumento populista- entonces es que no conoce Cataluña ni sabe lo que hace. Con el paisaje que está construyendo, si Illa no consigue alcanzar la Generalidad en las próximas regionales, su partido no tendrá hacia donde girarse, triturado entre haber descosido el país y haber traicionado la ética del socialismo.