
Con su permiso
Por un pacto intercontinental
Ni las cuchillas, ni los muros, ni la acción sobre el terreno en los países de origen, consiguen disuadir a los hombres, mujeres y adolescentes que dan el paso

Celia acaba de regresar de Tanzania y ha podido chequear en el propio territorio lo atinado de la estadística del último informe de la CIA en The World Factbook, que es una especie de almanaque sobre situación internacional que publican los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. En él se fija la edad media de la población de África en 19 años, la más baja de todo el mundo. En el otro extremo, Europa, donde la media se acerca a los 45. Y creciendo. Se ha puesto a pensar en lo que esas cifras nos están diciendo. Y, yendo un poco más allá, en cómo pueden explicar, siquiera en parte, el dramático impulso migratorio que no cesa desde el continente africano hacia nuestra Europa organizada y confortable. Celia, que leyó «El corazón de las tinieblas» y entendió en ese viaje la brutalidad de la colonización que siguió a siglos de tráfico de esclavos que arrebataron a África su posibilidad de desarrollo, está convencida de que aún hoy Europa tiene una altísima deuda pendiente con el continente africano. Celia no es de las que cree que se deba pedir perdón por los episodios sangrientos de la Historia, pero sí conocerlos y estudiarlos para entender mejor la forma en que fueron moldeando desde antiguo el tiempo presente. El África actual es heredera de las carencias de aquel tráfico brutal que conformó sociedades lejanas al precio de mutilar las posibilidades de futuro del continente. La actuación posterior de las potencias sobre el propio territorio terminó de taponar su futuro de forma casi definitiva. Puede ser una visión simplista, pero a Celia le sirve para entender el retraso y la pobreza crónicas que sigue sufriendo el continente. En su visita ha visto decenas de jóvenes ociosos quemando su energía en pequeños oficios de supervivencia. Y eso que estuvo en el país con mayor crecimiento anual de todo el continente.
Su conclusión es que África sigue reclamando justicia. Y ante la ausencia de una percepción clara de que las diferencias abismales entre el Norte y el Sur vayan a irse reduciendo, muchos de los jóvenes habitantes del continente deciden dar el paso de jugarse la vida para encontrar la oportunidad que en su tierra se les está negando. Y muchos la pierden. La ONG Caminando Fronteras ha hecho un cálculo de las personas que pueden haber muerto en el mar tratando de alcanzar tierra española, solo en 2024, y concluye que pueden haber sido más de 10.000. Teniendo en cuenta que a España llegaron en los últimos 12 meses casi 55.000 personas, el cálculo de probabilidades de muerte en el empeño es realmente aterrador. Celia no sabe si lo saben quienes lo intentan, si el engaño llega a ocultarles no sólo que no se les va a recibir con los brazos abiertos, sino que el mar puede sepultar definitivamente sus sueños, pero cree que aunque tuvieran información precisa, lo seguirían intentando. ¿Hay solución? Parece difícil, al menos mientras las políticas migratorias se basen más en la preservación de fronteras que en la de la propia vida de los desesperados que se lanzan al vacío de un sueño tan frágil como la quilla de los cayucos. Ni las cuchillas, ni los muros, ni la acción sobre el terreno en los países de origen (Celia no sabe muy bien cuál es, pero hablan mucho los políticos de ella), consiguen disuadir a los hombres, mujeres y adolescentes que dan el paso. La conclusión sería que no funcionan. Y así seguimos, registrando llegadas, anotando cadáveres, especulando sobre lo que el mar se ha tragado. Amparándonos en el necesario respeto a las legislaciones internacionales.
Se pregunta Celia qué sucedería si se cambiara el foco. Si Europa y el propio continente africano hablaran en términos más ajustados a la realidad y se abriera por ahí un camino nuevo, diferente, intransitado hasta ahora. ¿Qué tal empezar por confrontar estadísticas? ¿Se podría hacer algo distinto partiendo de la realidad de un continente rejuvenecido y necesitado frente a otro que envejece y necesita? Los 19 años de un lado, frente a los 45 del otro, ¿no invitarían a buscar un acuerdo global que ajustase las cifras en beneficio de ambos lados? Gente joven, con ganas y ambición, frente a una sociedad envejecida y cada vez con más posibilidades. Si, ya sé, se dice Celia, que el futuro del mundo laboral occidental va a condicionarse por la Inteligencia Artificial y aún no sabemos cómo. Pero, ¿no se podía empezar a trabajar conjuntamente pese a la incertidumbre? Celia cree que sí. Lo confirma en la radio escuchando a una política africana, no recuerda quién, hablar precisamente de esa posibilidad de acuerdo futuro. De esa necesidad, se dice Celia, de empezar a ver la emigración con otros ojos. Los de una realidad sobre la que nunca se ha trabajado. O eso cree. Pensar en un gran pacto intercontinental sobre emigración.
Pero quizá esto sólo sean buenos deseos para un año nuevo fruto de esa percepción a mitad de camino entre la ingenuidad y la incertidumbre, que a algunos como a Celia le hacen pensar en que hay quien en algún lugar con poder es capaz de tomar decisiones valientes.
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