Canela fina

La paganización de la Navidad

«Las campañas contra las festividades cristianas no han tenido éxito. Una parte sustancial de las familias mantiene el sentimiento religioso»

En La enfermedad infantil del comunismo, el izquierdismo, Lenin explica que para fragilizar el arraigo del cristianismo en el pueblo se hacía necesario paganizar las ceremonias y festividades religiosas, sobre todo la Navidad y la Semana Santa. Durante el siglo XX hemos asistido tanto en los países soviéticos como en las democracias occidentales a intensas campañas contra festividades y símbolos cristianos. Sin éxito. Es verdad que se ha herido el sentimiento religioso y que se han descompuesto muchas sociedades que se mantenían firmes sobre el orden social del cristianismo. Sin embargo, tras la caída del muro de Berlín, en la Polonia de San Estanislao, en la Rumanía de Trajano, en la Hungría de Santa Isabel, en la Rusia ortodoxa, renació el sentimiento secular por las festividades cristianas.

A pesar de las campañas insidiosas de ciertos sectores de la izquierda, a pesar de las torpezas de algunas decrépitas derechas, la realidad es que el pueblo se mantiene al lado de las viejas creencias. La inmensa mayoría de las misas del Gallo se celebran con los templos abarrotados, se escucha con expectación el mensaje del vicario de Cristo desde la plaza romana de San Pedro y, junto a los árboles navideños incorporados por el sentimiento cristiano, triunfan los belenes en las casas particulares y en los centros públicos. La realidad del niño Dios, nacido de una madre virgen en un humilde pesebre siguen emocionando a las gentes sencillas y continúan intensificando la meditación de no pocos intelectuales serios y penetrantes. Porque Dios no ha muerto. Porque Nietzsche no tenía razón. Un poeta cordobés escasamente recordado -Antonio Fernández Grilo, académico de la Real Academia Española- escribió los versos que se han repetido incesantes en tantos hogares junto a la noche de paz: «La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más».

Y no volveremos más, pues junto a la felicidad de las actuales y las próximas generaciones, la Navidad reverdece en muchas familias el recuerdo de los que se fueron, de los que cruzaron la oscura penumbra del más allá, buscando la luz de aquel Niño Dios que nació hace 2.023 años en la pobreza del más humilde pesebre.