Los puntos sobre las íes

El país en el que ningún político iba a la cárcel

Los representantes públicos son intocables. Cuidadín porque así empiezan las repúblicas bananeras

En Rusia trincar dinero público sale gratis si ostentas la condición de amigo del capo ti tutti capi de la mafia gobernante, Adolf Putin. En Venezuela se repite la historia: eres de la banda de Maduro y ya te puedes llevar a la butxaca 1.000 millones de dólares que 10.000, que te irás de rositas, siempre y cuando, naturalmente, no oses enriquecerte más que el number 1. Da igual de cuál de las ramas de latrocinio del régimen proceda el botín: la gran petrolera estatal, PDVSA, ese narcotráfico que la dictadura protectora de Iglesias maneja en régimen de monopolio o de esos robos de propiedades privadas que ellos denominan «expropiaciones». Lo mismo acontece en la Nicaragua del matrimonio de asesinos Ortega-Murillo. Por aquellos pagos se estila lo que tras el asalto sandinista al poder se bautizó como «La Piñata». Una práctica que consistía hace 45 años y consiste 45 años después en apoderarte de viviendas, industrias o comercios de los disidentes y ponerlos a tu nombre. Nadie te denunciará ni te procesará si practicas la más estricta obediencia orteguista. Cuba no sólo no es la excepción que confirma la regla sino que, además, detenta la deshonrosa vitola de ser la pionera en la materia. Los Castro no han practicado ni siquiera el añejo aforismo del despotismo ilustrado: «Todo para el pueblo pero sin el pueblo». Bajo la excusa de la colectivización, se lo quedaron todo. De hecho, los Castro han figurado sistemáticamente en la lista Forbes de los más ricos del mundo-mundial. Lo mismo ocurría con sus generales: les dejaban sisar patrimonio público y cobrar mordidas como si no hubiera un mañana. La razón era obvia: tener contentos a los encargados de la represión. España no es una satrapía pero sí un régimen que camina imparable a la autocracia merced a un Sánchez que se ha saltado todos los límites, que está reventando la separación de poderes y que gobierna para etarras, golpistas y violadores. Bueno, y también para los malversadores, cuyas trapacerías han quedado cuasilegalizadas. Que le da igual ocho que ochenta la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley no sólo lo ha demostrado legislando ad hominen sino poniendo toda suerte de trabas para impedir que amigachos, correligionarios y aliados acaben en el hotel rejas. Lo de Griñán clama al cielo. Debía haber entrado en la cárcel en Navidad tras su sentencia firme de 6 años por la malversación de los 680 millones de los ERE pero esgrimieron su cáncer de próstata para posponerlo sine die riéndose en la cara de los cientos de presidiarios en su misma situación que viven entre rejas y salen puntualmente para recibir tratamiento. Un pedazo de agravio comparativo también con Zaplana, que estuvo en prisión provisional con una leucemia de caballo y un trasplante de médula a cuestas, o con Manuel Prado, que pasó por el mismo trance con setenta y pico años y otro cáncer galopante. La gota que ha colmado el vaso es la de Laura Borràs, presidenta de Junts, condenada a cuatro años de prisión por falsificar documentos públicos, inducir a falsearlos y prevaricar para que un amiguete se llevase contratos. Ahora, el tribunal sentenciador aconseja ¡¡¡el indulto!!! No es broma. ¿Cuántos políticos han ingresado en prisión en democracia? Se pueden contar con los dedos de la mano. Barrionuevo, Rato y pocos más y la mayoría un ratito. No creo que otro que tal bailaba, Pedro Pacheco, acertase en líneas generales cuando sentenció que «la Justicia es un cachondeo» pero sí tengo claro que los representantes públicos son intocables. Cuidadín porque así empiezan las repúblicas bananeras.