Los puntos sobre las íes

Pamplona: Sánchez no es el único culpable

La victoria etarra en Pamplona es el resultado de tres décadas y media de cesiones al independentismo vasco

Los cambios sociales no se producen de la noche a la mañana ni tampoco de un año para otro. Son fruto de una lenta pero inexorable evolución en la cual se contraponen dos fuerzas intelectualmente antagónicas. Una lucha para que la revolución se consume y la otra hace exactamente lo contrario. O no, porque las más de las veces la contraparte se rinde antes de tiempo por aquello de que el rival ha dado dos veces porque ha dado primero. Sobra apostillar quién dio primero en la eterna pugna entre constitucionalismo y nacionalismo. Es lo que ha acontecido en Cataluña, País Vasco, Navarra, Comunidad Valenciana, Baleares y en menor medida en esa Galicia en la que Feijóo empleó la mano izquierda mejor que nadie. Los nacionalistas han ganado todas las batallas desde la Transición y no porque les asista la razón, que obviamente no les asiste, el nacionalismo identitario es la auténtica extrema derecha, sino porque el adversario ha optado sistemáticamente por la incomparecencia cuando de dar las batallas culturales se trataba. La culpa de lo ocurrido anteayer en mi Pamplona del alma es esencialmente de los dos autores intelectuales: Sánchez y el quintacolumnista abertzale Santos Cerdán. Y fácticamente de los concejales socialistas que votaron «sí» a la investidura de ese coleguita de los asesinos de 27 pamploneses que es un Asiron Sáez que, por mucho que tunee su nombre con el vasquérrimo Joseba, no deja de ser un maketo José con todas las de la ley. Hay que recordar sus nombres in aeternum para que sientan idéntica vergüenza a la que acabaron experimentando los colaboracionistas franceses del Tercer Reich: Xabier Sagardoy, Marina Curiel, Eloy del Pozo y Nuria Medina. Tanto como loar las veces que sea menester las identidades de los dos compañeros que antepusieron la dignidad moral al cargo diciendo bien alto y bien claro «no» a ETA con la renuncia al acta: Tomás Rodríguez y María José Blasco. Dicho todo lo cual hay que ser radicales en el sentido etimológico del término para ir a la raíz del problema. La victoria etarra en Pamplona no es de aquí ni de ahora. Es el resultado de tres décadas y media de cesiones a un independentismo vasco que, cual anschluss hitleriano, no va a parar hasta que Navarra forme parte de la fantasmagórica Euskal Herria. La ulterior y sustancial responsabilidad es tanto del legislador constituyente como de una UPN y un Partido Socialista que durante tres décadas largas se dedicaron a fomentar con dinero público esas ikastolas en las que no se enseña nada bueno y establecieron la obligatoriedad de un vascuence –sí, en español euskera se dice vascuence– que lo hablaba entonces el 7% de los navarros y ahora algo menos de un 10%. Salvo algún caso esporádico, amigos o familiares venidos de la montaña, jamás he escuchado a nadie expresarse en vascuence en Pamplona ni tampoco en la Ribera o en el noreste de Navarra. Los tres grandes modelos lingüísticos obligan a estudiar vascuence por bemoles. Y sobra puntualizar qué piensa y a quién vota la inmensísima mayoría de los maestros de euskera. Que han conseguido sus objetivos lo ratifica el hecho de que Herri Batasuna contaba con cuatro concejales en Pamplona hace 40 años y ahora Bildu tiene 10. La gran incógnita es cuál será la siguiente felonía de esa formación antaño impecablemente socialdemócrata y ahora filoetarra que es el PSOE. Servidor lo tiene meridianamente claro: activar la Disposición Transitoria Cuarta de la Constitución para anexionar Navarra al País Vasco. Atila Sánchez es capaz de cualquier cosa con tal de no bajarse del Falcon.