Insensateces
París
Nos quedó Céline Dion, la luz en la Torre Eiffel, los últimos relevistas hacia el pebetero y una ciudad que se cree el centro del mundo y que ese es su pecado
Cómo podemos pasar nuestras vidas sin los Juegos Olímpicos en la tele. Cómo podemos estar todos los santos de los días de la vida sin encender la tele o la radio y contemplar o escuchar alguno de esos momentos decisivos por los que pasa, no sólo el que compite, sino todos nosotros. Cómo es posible que esto no sea eterno. Da lo mismo si una o uno está de vacaciones o está currando como un cabrito con este calor, da igual. Todas esas escenas y momentos inolvidables y únicos que se suceden durante estas fechas cada cuatro años son impagables porque te sumergen en un ambiente al que nunca accederías si no fuera por esa cosa tan ampulosa y pedante que es el espíritu olímpico. Que suena cursi pero que es cojonudo. Porque tú te metes en cada disciplina. Sabes de judo, de waterpolo, de esgrima. Y te abraza un patriotismo que jurarías no tener ni en mil vidas.
Echó a andar París 2024 con esas ceremonias tan largas de los Juegos Olímpicos y ésta, concretamente ésta, se hizo más larga que todas. Quizá porque el Sena está muy bien, pero como estadio olímpico se queda un poquito raro. Y largo. Quizá porque, las abrumadoras ganas de los franceses por mostrarnos todo su capital cultural e histórico, no escatimaron casi nada. Y se hizo largo. Porque tanto bailarín, tanta ventana, tanto rosa, tanta lluvia y tanta grabación sin lluvia, se hicieron largos. Y raros. Y confusos. Y trastabillados. Que te de daban ganas de pedirte un Aquarius para reponerte después de cada momentico. Y, sobre todo, sin humor. El humor es imprescindible, hasta donde me llega, el humor vecino es particularmente gestual y torpón. Así que, mejor que no lo hubiera o, mejor no arriesgarnos a alguna pincelada sin gracia. Londres, con todo lo que son los ingleses, se pasó el juego en la ceremonia. Y nos acordamos de Barcelona, que sólo con un Hola al mundo, nos emocionó desde la sencillez y la esencia. Nos quedó Céline Dion, la luz en la Torre Eiffel, los últimos relevistas hacia el pebetero y una ciudad que se cree el centro del mundo y que ese es su pecado. Que es tan bellísima que siempre le quieres buscar defectos.
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