El buen salvaje

Patos y cisnes

La neoizquierda pueril y los llamados animalistas metieron, de nuevo, la pata con el pato

Estamos espantados porque una Inteligencia Artificial no nos permitirá separar lo real de lo ficticio, de manera que viviremos en un eterno duermevela, como en una obra de Calderón: ¿Qué es la vida? Y de repente aparece un pato, o dos patos, muertos, oliendo por las redes tras la tontuna de la mascletá del alcalde, que parecía festejar su despedida de soltero. A los patos se lo estarán comiendo, no sé, unos chinos que pasaban por allí, pero las pobres aves no fenecieron por el insoportable ruido de los petardos sino a saber por qué. ¡Háganle la autopsia! Urge saber por qué Madrid cuenta con dos patos menos y si eran patitos feos, patos cojos o remedo de los cisnes de Capote, bellísimos, capaces de tragar con todo, incluso objetos sexuales animados y carnales, menos con la sucia verdad. Es lo que tiene el periodismo, que una noticia es un grito.

La mascletá hizo mucho ruido, como es normal, y espantaría a los perros que sueñan con la luna, pero más ensordecedora fue la mentira dada por cierta. Primero, porque era una falsedad y, después, porque desconocíamos hasta ese momento la cantidad de personas que se preocupan por los patos, animales sintientes que tienen todo el derecho a pasear por el Manzanares y a cambiarse por el oso en el escudo de Madrid.

Los viejos se mueren solos en sus casas y nadie vomita su ausencia hasta que no llega el recibo del alquiler (Antonio, 86 años, el pasado fin de semana en Badajoz) y los patos perecen a la vista de todo el mundo, pero ¡esto qué es! ¡Ni que fueran el pato Donald, el tío Gilito o el pato Lucas!

Los desfiles de patos se hacen virales con frecuencia; hay un virus del retroceso mental que nos deja absortos ante imágenes absurdas que resultan graciosas o sorpresivas. Por mi pueblo, tierra cercana a los narcos, se llama «pato» a un mal viaje de porros. Esta vez los fardos de hachís se desplazaron del Estrecho al río de Madrid. La neoizquierda pueril y los llamados animalistas metieron, de nuevo, la pata con el pato.