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Aquí estamos de paso

Un poquito de por favor y coherencia

Ponemos en riesgo el único evento universal y permanente que todavía sigue despertando pasiones globales

Eurovisión es una cosa muy friki. Pintoresca y extravagante, entiéndase. Cada vez más. Y me gusta por eso. Concita atenciones universales y entusiasmos inquebrantables. Como los del fútbol, pero en colorines y con música. Se ha convertido además en una suerte de símbolo gay global, y eso le dota de un particular halo de divertida heterodoxia. Por eso chirría un poco la interesada manipulación que se está haciendo de su devenir y las decisiones de quienes lo organizan. Siempre ha tenido un rincón incuestionablemente político. En los años del blanco y negro y cuando después nos acostumbramos al soniquete de los «rayomunídupoints», las votaciones evidenciaban las filias o fobias de cada país. Y se aceptaba, y se contaba con ello. Y hasta se divertía el personal que lo contaba anticipando lo que votaría uno u otro país. Pero los tiempos modernos, la tele en color, la grandiosidad de las puestas en escena y la tecnología, fueron modelando otro tipo de producto folklóricomusical de mucha más espectacularidad y cada vez más innovador y distintivo. La votación popular marcó también un tiempo nuevo. Y finalmente Eurovisión devino en un encuentro anual de música popular avanzada que las televisiones públicas de cada país se trabajaban durante meses para llevar a la siguiente edición lo mejor, más vistoso y más innovador. Con su pizca de juego político, sí, pero fundamentalmente un encuentro para mostrarle al mundo hasta dónde se es capaz de llegar con propuestas nuevas. Ese ha sido el trabajo en los últimos años de todas y cada una de las televisiones representadas en el eurofestival.

Este año una guerra ha vuelto a meterse en el festival. Lo hizo la invasión rusa de Ucrania, y las televisiones decidieron apartar al agresor del festival. Este año se ha preferido no hacer lo mismo con Israel. Y la hemos tenido. ¿Debían haberlo hecho? Tengo dudas, pero creo que me inclinaría más por hacerlo en tanto supondría la denuncia universal de una matanza insoportable. De una reacción completamente desproporcionada a una agresión terrorista también insoportable. ¿El mundo tomaría más conciencia de lo que está pasando? Al menos habría una consecuencia popular y global de lo que a diario estamos viendo.

Ahora, en pura coherencia, se deberían tomar muchas otras medidas que sí se tomaron con Rusia y no con Israel. Sanciones, cortes de relación comercial, incluso rupturas diplomáticas. Pero nada de eso estamos viendo que se vaya a producir. Se diría que hay una cierta hipocresía o una desatinada flacidez. Eurovisión va a seguir siendo un festival de carácter y atractivo. Y aunque chirríe, acaso se puede utilizar como escaparate no sólo para la innovación sino para la denuncia de comportamientos humanamente inaceptables. Pero esa utilización reivindicativa y necesariamente limitada, debe acompañarse de hechos y decisiones donde aquéllos y éstas deben producirse: en los organismos internacionales, en las relaciones diplomáticas, en el diálogo económico global. En caso contrario no solo estamos demostrando hipocresía o limitación, sino que ponemos en riesgo el único evento universal y permanente que todavía sigue despertando pasiones globales y nos divierte a todos en un mundo en el que la diversión, la risa y la esperanza están cada vez más amenazadas o directamente en trance de desaparecer. Y eso sí que es grave.