Tribuna

El prodigioso «arcanon» del Museo Thyssen

La selección de misterios pictóricos que ha hecho Solana no es solo brillante, sino que invita a una revisión todavía mayor de los fondos del Thyssen

El prodigioso «arcanon» del Museo Thyssen
El prodigioso «arcanon» del Museo ThyssenBarrio

Tropiezo con una página de mis viejos diarios, marcada con una curiosa nota al margen: «Extraño día». La frase pertenece al 5 de junio de 2013. Hacía solo cuarenta y ocho horas que había presentado en el teatro Lara de Madrid mi entonces novísimo libro El maestro del Prado. La prensa empezaba a hablar bien de él y parecía que su propuesta de que algunas de las obras maestras de la gran pinacoteca española ocultaban claves mágicas, alquímicas y esotéricas, estaba abriéndose paso. Aquella tarde –sigo leyendo– debía viajar a Zaragoza para una entrega de premios. No lo hice. El cansancio de aquellos días y un compromiso familiar me convencieron para no salir de Madrid. Pero la capital es impredecible y esa misma noche, por un generoso birlibirloque del destino, terminé en la residencia del embajador de Francia, invitado a una cena con mecenas del mundo del arte. Lo que allí se habló –«extraño día»– adquiere ahora una oportuna vigencia.

Aún recuerdo la impresión que me causaron la baronesa Tita Cervera y Guillermo Solana, director artístico del Museo Thyssen. Ambos se habían asomado en esos días a mi libro y defendían con entusiasmo que muchas obras de su colección también eran dignas de figurar en el «arcanon» o lista de secretos que había propuesto en mi relato. El caso es que tenían razón. El Thyssen custodia una de las mejores colecciones de arte del mundo, y yo ya tenía fichadas algunas de sus obras, como el retrato de Matthaüs Schwarz, un rico contable bávaro del siglo XVI que encargó al maestro Amberger que lo pintase junto a su horóscopo.

Aquel sutil vínculo entre pintura y astrología señoreó nuestra sobremesa. A la baronesa no se le escapaba que existían interpretaciones astrológicas incluso para obras como Las Meninas, ni que los techos del Casón del Buen Retiro, iluminados por Luca Giordano hacia 1697, contenían otra misteriosa carta astral. Y, en esa grata velada, tanto ella como Guillermo terminarían invitándome a escudriñar su colección en busca de rarezas así. Hablamos mucho de la influencia del psicólogo Carl Gustav Jung en las vanguardias, de cómo Picasso o Dalí no fueron ajenos a las arriesgadas propuestas esotéricas de bestsellers sesenteros como El retorno de los brujos o El misterio de las catedrales, y no tardamos en derivar hacia el poderoso influjo que el espiritismo y la teosofía –una suerte de religión de religiones inventada a finales del XIX– ejercieron sobre Edvard Munch o Kandinsky.

Por desgracia, su intención de establecer un «arcanon» para el Thyssen se quedó en el aire. La promoción de El maestro del Prado y su lanzamiento en Estados Unidos, Polonia y Japón, me absorbió más de lo previsto, y no fue hasta seis años más tarde, en octubre de 2019, cuando volví a coincidir con Guillermo Solana, esta vez en León, para seguir hablando del asunto. Solana había aceptado impartir una conferencia en un encuentro internacional sobre misterios del arte que yo dirigía. Nos habló de cómo el surrealismo español debía mucho a médiums y profetas de fin de siècle. Y si la memoria no me falla, fue allí donde me contó por primera vez su idea de escrutar sin más demora la colección Thyssen en busca de sus obras más esotéricas.

Pues bien, el pasado 1 de julio ese viejo empeño –singular, heterodoxo y valiente para un museo como el suyo–, se materializó en forma de la más asombrosa exposición de arte que haya visto jamás. «Lo oculto en las colecciones Thyssen Bornemisza» es una muestra de 59 pinturas que pienso sumar de inmediato a mi «arcanon» particular. Desde una Corrida de Toros que Picasso pintó en 1934 influido por sus lecturas sobre chamanismo, hasta La partida de naipes de Balthus que no es tal sino una sesión de lectura del tarot, pasando por los paisajes encargados por Rodolfo II de Praga a Roelandt Savery para hacer valer su sobrenombre de «emperador alquimista», o el misterioso ojo «olvidado» por José de Ribera sobre el sudario de un Jesucristo agónico en una Piedad de 1633.

La selección de misterios pictóricos que ha hecho Solana no es solo brillante, sino que invita a una revisión todavía mayor de los fondos del Thyssen. Que yo sepa, nunca antes una institución de su prestigio se había atrevido a compartir una mirada así, ocultural, con el gran público. Y, probablemente, no se haya hecho por pura prudencia. Porque no es fácil encontrar a expertos en arte y en ciencias ocultas a la vez, que sean capaces de conectar ambos mundos y ofrecernos un discurso coherente. Lo que importa, no obstante, es que esta asociación de arte y sobrenaturalidad no es algo nuevo. Hace un siglo, cuando Picasso se acercó a las cuevas rupestres en busca de inspiración, se dio cuenta de que «la pintura no es una operación estética; es una forma de magia concebida como mediadora entre este mundo extraño y hostil y nosotros». Esa y no otra es, en definitiva, la clave de este asunto: el arte, si no es mágico, no es arte.

Hágame caso, querido lector, y no deje pasar la exposición del Thyssen y la oportunidad que brinda para reconectarnos con la esencia más antigua y primordial de la expresión artística. El misterio, claro. Y anótese de paso un «extraño día» en su propio diario.

Javier Sierraes premio Planeta de novela. «Lo oculto» estará en el Museo Thyssen hasta el 24 de septiembre.