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Propiedad
Los actuales «inquilinos de lo público» han descubierto que la propiedad en general, tanto los bienes raíces como la riqueza dineraria o en valores, son una manera fácil de atrapar a los ciudadanos que la poseen
Los poderosos gubernamentales culpabilizan a los propietarios. La propiedad ya no significa libertad, como creían los viejos liberales. Ahora, los propietarios son ‘sospechosos’ por ‘poseer’ una propiedad, sea por herencia o por su trabajo. Esto es muy conveniente para tales gobernantes, que dejan mediante la okupación que escape el malestar social generado por la subida de los precios, que precisamente ellos han fomentado con sus políticas. Si se permite legalmente la okupación, los propietarios no pondrán en alquiler sus viviendas por miedo a que sean okupadas. Lo cual disminuirá el número de viviendas en alquiler. Cuantas menos viviendas, más subirán los precios del alquiler para aquellos que no quieren okupar, sino pagar honestamente un arrendamiento. Cuanto más escasea un producto, más valioso es ese producto. Cuantas menos casas en alquiler haya disponibles, más caro será el alquiler. Así de sencillo. Pero, ante esta evidencia, las autoridades responden «topando» los precios de los alquileres «para que no se disparen». Claro que esa medida solo produce el efecto contrario al buscado: si la okupación hace que haya menos viviendas en el mercado, los topes legales al alquiler disminuirán aún más el número de viviendas disponibles, pues asustará más a los propietarios. Así, los precios no bajarán aunque estén topados, y las viviendas disponibles disminuirán drásticamente.
Hasta hace poco, pues, la propiedad significaba libertad, especialmente para los propietarios modestos, para las clases medias trabajadoras y las que subsisten en el límite de la pobreza, pero los actuales «inquilinos de lo público» (los denomino así porque las autoridades gubernamentales, aunque se crean «propietarios de lo público», no lo son) han descubierto que la propiedad en general, tanto los bienes raíces como la riqueza dineraria o en valores, son una manera fácil de atrapar a los ciudadanos que la poseen: expropiándoles sus posesiones, tienen a su servicio recursos inconmensurables. Ya no se conforman con los impuestos. Ahora echan mano de la propiedad. Por eso, ser propietario hoy –en países como el nuestro– puede ser una trampa. Más que una liberación, una jaula fiscal, política, existencial.