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Quisicosas

Puigdemont en la cárcel

El que pierde el poder recibe pocas visitas, menos llamadas y ve aumentada su soledad

Debe ser horrible ir a la cárcel. Mirar un trozo de cielo en el patio y saber que siempre, siempre será el tuyo. Aun así la gente se adapta, el ser humano tiene una inmensa capacidad de adecuación, se adaptó Mario Conde, se adaptó Barrionuevo, lo hizo Junqueras, también Rodrigo Rato y hasta Isabel Pantoja. Cuando Carles Puigdemont saltó al maletero y huyó por los Pirineos demostró una cara impresionante, pero no sé yo si los cálculos fueron exactos. Es verdad que bastante bien le ha salido al tío, que nos ha gobernado de forma teledirigida a todos tras querer provocarnos la orfandad de la Costa Brava, la Sagrada Familia o el Cristo de Tahull. El nacionalismo es la forma adulta del niño que jamás presta los juguetes y además pega. Aun así he escrito muchas veces que no le arriendo la ganancia. Qué triste su comparecencia para anunciar la ruptura con Pedro Sánchez, la única esperanza que le quedaba de librarse del cielo panza burra de Waterloo. Las comisuras de la boca deprimidas, los ojos vacíos, el óvalo del rostro colgante. En ocho años de no ver las aguas azulísimas del Mediterráneo, de no catar la luz de las calas de Gerona, sus alcaldes se han cansado de sostenerlo y los veteranos de su partido están hasta el gorro.

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¿Y ahora qué? Sigue en pie el veto a la amnistía por malversación, engolfada en un nudo gordiano judicial tan endiablado que ni Pedro ha podido cortarlo y se ha quedado como un verso suelto, perdido en la burocracia de la Unión. Lo que nos quiso robar era demasiado profundo, hermoso, valioso. Quería que cantásemos a Serrat sin contenido, que renunciásemos al Ampurdán, a Pla, a Portlligat, donde el españolísimo Dalí se asomaba a las barcas.

Supongo que es mejor envejecer unos años más en Bélgica que en la ergástula. Siempre será más amplio el cuadrado de cielo, más variada la comida, más largo el trayecto de paseo, pero el que pierde el poder recibe pocas visitas, menos llamadas y ve aumentada su soledad. Entre unas cosas y otras Puigdemont va para diez años en uno de los países más tristes de la UE. Los eurodiputados huyen de allí los findes, regresan con chorizo en la maleta y se curan de la lluvia y una rutina atroz poniéndose al sol en cuanto les dejan. Ulises nos ha ilustrado sobre la nostalgia impenitente del que se va, ni la belleza de Calipso ni todos sus embelesos le compensaron en Ogigia del dolor por Ítaca. El problema fue el salto al maletero. A veces un fuet en prisión con los colegas es más sabroso que los mejores mejillones con patatas, qué peste a Blanc de Boeuf.