Con su permiso
Qué haremos con lo desconocido
Los asuntos que preocupan de verdad a los españoles no están, o aparecen muy poco, ni en los medios de comunicación ni en el debate político
Aurelio está cansado de Venezuela en las pantallas. A todas horas, todos los días, atraviesa los informativos una crisis política que a él le preocupa mucho menos que el precio del alquiler o la subida del aceite. Sofía, su mujer, sostiene, por el contrario, que lo que está sucediendo en Venezuela es la encarnación de un pulso entre la libertad y el autoritarismo, entre la dictadura y la democracia, casi entre el bien y el mal. Y se le debe prestar atención. Pero hay muchas otras dictaduras en el mundo que no nos importan, de las que nunca se habla, rebate Aurelio. Claro que sí, ahí están Corea o Cuba, pero en Venezuela acaba de haber unas elecciones y cada día pasan cosas nuevas y cada vez más inquietantes, recuerda Sofía. También pasan cosas en Gaza, donde están muriendo decenas de miles de personas o en Beirut, después del bombardeo de ayer de Israel. ¿Es eso menos importante?. Pues no, responde ella, pero en Venezuela está directamente implicado el gobierno español, aunque sea como actor sin diálogos, que es el punto intermedio entre el de reparto y el figurante. Pero estamos: hasta lo último conocido, la coacción para la firma del candidato opositor se ha sustanciado en la embajada y ante nuestro embajador. Y, qué quieres que te diga, la cercanía por cultura y por idioma con Venezuela, como con el resto de América Latina, hace que lo que allí pase nos concierna más que cualquier otra cosa en el mundo. Aurelio no puede evitar darle la razón a Sofía. No del todo, porque le gustaría que los medios hablaran también de Ucrania, la guerra que parecemos haber olvidado, y de los crímenes que está cometiendo el ejército israelí en su guerra particular contra Hamas sobre la sangre de la población palestina. Pero no tiene más remedio que reconocer que el dolor de los venezolanos es también un poco nuestro. Sostiene Aurelio que en realidad los asuntos que preocupan de verdad a los españoles no están, o aparecen muy poco, ni en los medios de comunicación ni en el debate político: la vivienda, la falta de trabajo, la incertidumbre tecnológica, los problemas de salud mental, los precios de alimentos esenciales o el nunca resuelto problema del modelo educativo, apenas tienen eco mediático ni partidario. No suenan. Y es prueba irrefutable el hecho de que en la última encuesta del CIS de Tezanos, aparece la Inmigración como problema prioritario para los españoles. ¿Lo es de verdad? Ni Sofía lo cree. Pero se coloca ahí porque en los medios y en la política se está todo el día machacando con ello y, claro, a la pregunta de los encuestadores del CIS, respondemos señalando lo que más nos suena. No lo nuestro, sino lo que creemos de todos. Esa es la tesis de Aurelio, y ahí, por ese carril, podría colocar lo del interés por Venezuela, pero él sabe también que no estamos hablando de un país cualquiera, sino de algo que para España, por historia y cercanía, es un territorio especialmente querido, singularmente importante. Como pocos países de América Latina. El espectáculo teatral al que con tanto fervor se entregan Maduro y los Rodríguez, con amenazas, insultos y lo más parecido a una extorsión con la firma del documento de la embajada, ocupa un lugar preeminente en la atención de España porque va definiendo el rastro de una decepción popular cada vez más irreversible. A Sofía le parece que eso nos obliga a seguir atentos, a contar y a no abandonar el interés porque la única posibilidad (también es consciente de que cada vez más delgada) de que Maduro y el régimen caigan es seguir hablando de todo ello. Para Aurelio es una pérdida de tiempo porque nada va a pasar, porque frente a las presiones internacionales, las denuncias y el exilio, el régimen y sus voceros hablan de un hackeo el día de las elecciones que impide la transparencia (aunque dan por buena la victoria del dictador), del bloqueo económico como responsable del empobrecimiento, y de terroristas para referirse a los centenares de detenidos por las protestas tras las elecciones, y mantienen el desafío al mundo y la bota sobre la gente. Y mientras, distraemos de lo que aquí nos pasa y de las guerras cercanas, al norte o al otro lado del mar, que nos ponen ante lo peor de la condición humana y nos recuerda nuestra vulnerabilidad.
En lo que ambos coinciden es que quizá se debiera reordenar el debate público en España. Atender a Venezuela, seguir contando para presionar y no perder la esperanza ni abandonar a los esperanzados, pero elevar también la voz ante lo que sucede al otro lado del Mediterráneo, las atrocidades del ejército israelí, el terrorismo que por aplicarse a terroristas no deja de serlo, y, desde luego, el abismo cada vez más profundo entre la política y los ciudadanos en España, la pérdida de fe en un sistema que no resuelve los problemas esenciales, entre ellos, y no menor, la desalentadora ausencia de futuro de la mayoría de los jóvenes españoles, o la inquietante perspectiva de un porvenir tecnológico para el que probablemente no estemos preparados. Qué haremos con lo desconocido si ni siquiera ordenamos las prioridades con lo que tenemos delante.
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