Opinión

¿Quién decide lo políticamente correcto?

Es triste y desconcertante presenciar cómo la mayoría de los adultos nutren sus mentes con relatos ideológicos enlatados, perfectamente cerrados y circulares

“Abra la boca…Engulla…Y usted, pazguato, tendrá un discurso filosófico, político. Sí, usted, no mire hacia atrás, usted simplón, tómese una de nuestras píldoras y tendrá oratoria, propósito. Usted, inocente, que no es nada, que no sabe nada, tendrá una comunidad, conciencia, filiación…Trague. ¡Buen chico!”

Es triste y desconcertante presenciar cómo la mayoría de los adultos nutren sus mentes con relatos ideológicos enlatados, perfectamente cerrados y circulares, como un donut, sin fisuras, redondos y abrillantados, píldoras ideológicas prefabricadas…

La "ideología mainstream" se refiere generalmente a las creencias, valores y perspectivas que son comúnmente aceptadas o predominantes en una sociedad o cultura en un momento dado. De lo que no se habla mucho es de que estas ideologías populares y mayoritarias son siempre promovidas (si no impuestas) por las instituciones dominantes para que los ciudadanos promedio las consuman en forma de cápsulas. Comprimidos doctrinales de autoindulgencia, blandura y satisfacción.

Sí, en el siglo XXI, gracias a las redes sociales, la materialización de la ideología mainstream es: ¡la píldora de lo políticamente correcto! Y a fin de agilizar su consumo, el sistema las produce día y noche y las pone a disposición del botarate, que las traga o mastica como el producto grosero y barato que son, al alcance del usuario más zafio.

Ideología de consumo, consumismo ideológico a ritmo capitalista, con aroma McDonald’s, porque la ideología y el pensamiento contemporáneos no salen de las mentes analíticas de individuos pensantes, responsables ni sostenibles, sino que se consumen en formatos coloridos, edulcorados, y a precios de saldo, como pastillas o caramelos de los que te precipitan al dentista.

Lo políticamente correcto constituye la base o los cimientos de la ideología mainstream en nuestras sociedades, refleja los valores y las preocupaciones en curso y por lo mismo puede variar de una cultura a otra y con el tiempo.

Oh, pero ¡¡cuánto Robespierre de Instagram han engordado esas píldoras ideológicas!! Gracias a ellas, cualquier majadero se erige en Rasputín, tras la pantalla de su móvil u ordenador, ha nacido un McCarthy sin esfuerzo. Porque la adhesión a lo socialmente aceptable, el consumo de esas píldoras que cualquiera puede tragar sin agua y sin reflexión, no garantiza la conducta ni la moral correctas, ni mucho menos estéticas.

Por eso, ¡antes de deglutirlas! observemos con calma, para no confundir las accesibles y asequibles golosinas de lo políticamente correcto disponibles hasta en los bares de carretera, con el bien, con mayúsculas, porque nada tienen que ver, e incluso pueden posicionarse en las antípodas.

Lo políticamente correcto no siempre defiende valores elevados como el respeto, la tolerancia, la vida, la justicia, el valor, la equidad, la empatía, la verdad, la compasión, la ciencia o el orden, recordemos que, en Estados Unidos, hasta la primera mitad del siglo XX, lo apropiado era ser racista; en la Alemania nazi, odiar a los judíos, era noción de prestigio… Pero no nos vayamos tan lejos, en la España del siglo XX no era políticamente correcto el pueblo gitano, y fuera de los escenarios, ningún payo se solazaba mucho en la compañía de este artístico y atractivo grupo humano…

Lo que está claro es que lo aceptable desde el punto de vista del gran ojo social no es bueno por definición ni por necesidad, sino coincidente con las líneas editoriales del pensamiento mayoritario, el sistema y la ideología mainstream donde el bien y el mal son estadística, es decir números y si me apuran, rédito político.

Seamos críticos y reflexivos sobre las normas y valores que prevalecen a nuestro alrededor, y busquemos e investiguemos para acercarnos a la realidad más allá de la deliciosa, grata y cómoda tableta de píldoras, aunque nos ofrezca prestigio, reputación, a muchos trabajo…¡Dinero! Y a todos, indiscutiblemente identidad, algo que pocos pazguatos podrán encontrar y definir en la soledad de sus reflexiones.