El buen salvaje

Quiero ser al fin una Inteligencia Artificial

Tanto es el miedo. Si los músicos y los poetas no están a la altura, que se busquen otros oficios

Los Beatles, los muertos y los vivos, han resucitado una canción, «Now and Then», que es como decir que han vuelto a la vida a un dinosaurio capaz de provocar emociones. Un tiranosaurio cabrón que si te pilla de bajón te hace llorar. Liam Gallagher, uno de los dos cejijuntos de Oasis, dejó escrito al respecto: «Los Beatles podrían cagarse en mi bolso y yo seguiría escondiendo allí mis caramelos». No salió un escarabajo, otro, sino que han parido un hermoso gigante por el que merece la pena que haya pasado esta semana. Y todo ello gracias a la Inteligencia Artificial y a pesar del viejo de McCartney, que a la chispa de genio cuando se trata de la liturgia Beatles se le suma, para mal, esa cara de vieja del visillo «british». Lo bueno de resucitar una canción es que no es derechas ni de izquierdas, al menos todavía, lo que nos salva de buscar acomodo en un asiento del vagón político que traquetea con su inteligencia natural, sin aditivos, con la que nos va tan bien.

La cumbre de la IA celebrada en Londres, alrededor de Rishi Sunak, alertaba estos días de sus peligros. Anda todo el mundo emputecido porque unos ordenadores nos van a quitar el trabajo y un día al llegar a casa en lugar de un hijo o un perro nos recibirá un engendro creado por cables y soñaremos, al fin, con ovejas eléctricas.

A ver cuándo espabilamos. Ya estamos enlazados por algoritmos que deciden el libro que leemos y la película con la que nos quedaremos dormidos esta noche. Hay un exceso de alertas, tantas que pronto se constituirá un movimiento anti máquinas como anteriormente los animalistas, ambientalistas y otras disciplinas que aumentan el consumo de fentanilo. Tanto es el miedo. Si los músicos y los poetas no están a la altura, que se busquen otros oficios. Parecemos párvulos tiritando a la espera de que aparezca el hombre del saco.

Pero resulta que el hombre el saco, propongo una relectura de la Historia tan «avant la lettre», es bueno, y sus chuches no están envenenadas, sino que trae nubes esponjosas que acarician el cerebro entre oído y oído. Si la Inteligencia Artificial ha rescatado un ápice de belleza, no la gran belleza, pero sí con más gramos de hermosura de lo que se escucha un día cualquiera, pues yo también quiero ser una Inteligencia Artificial. Al cabo, qué hacemos sino copiar malamente lo poco y mal aprendido que nos dejaron algunos iluminados. Creer que un cielo en un infierno cabe. Moriría artificialmente por un nuevo poema de Lope. Quien lo probó, lo sabe.