
Aquí estamos de paso
Es la radicalidad, estúpido
Los que no piensan como nosotros no están equivocados, ya no: son ignorantes o malvados.
Se aparta Espadas, pudiera ser que un poco a la fuerza, del liderazgo socialista andaluz para que comande el buque algo desarbolado la entusiasta y ultra «groupie» María Jesús Montero. Hay que tener fe y una seguridad fuera de lo común para disputarle el consistente liderazgo andaluz al Partido Popular con una candidata que no solo es ministra de Hacienda sino además la viva encarnación del entusiasmo ciego por el líder. Es una apuesta radical y políticamente valiente, puesto que ninguno de los dos acentuados rasgos de identidad de la candidata parecen virtudes capaces de recuperar voto indeciso y menos aún de desarrumar hacia tierra propia el que se fue a los populares para darles la mayoría absoluta. No veo a Montero arrebatando la Junta a Moreno Bonilla, y mucho menos robándole votos. Pero puedo estar equivocado. Uno tiende a pensar, por puro hábito de observación del oleaje cotidiano de la política, que en este país la moderación se aplaude y la centralidad política es el espacio de confort de la mayoría de los españoles. El fracaso de las alternativas al bipartidismo –quizá con la inquietante excepción de Vox– parecería apuntar en esa dirección. Partidos hegemónicos en un lado u otro o, como mucho, bloques ideológicos orbitando alrededor de esos grandes partidos.
Ese es el análisis primero. Digamos que el de carril. ¿Y si eso ya no vale? ¿Y si hay que cambiar la plantilla o incluso deshacerse de cualquier tentación de trabajar con una? Las sucesivas crisis económicas y sanitarias, la nueva forma de relacionarse y conocer a través de las redes sociales, el cansancio y desafecto del común de los ciudadanos afrentados por una política que no resuelve problemas que debieron verse venir, la incertidumbre ante la verdadera dimensión de los cambios a los que nos conduce la tecnología, está llevando al surgimiento de la radicalidad como opción política. El debate se limita a las redes y el mundo interconectado impone reglas comerciales que alimentan la autoafirmación y aparcan cualquier manifestación de discrepancia. Cada vez somos más de atornillarnos en lo nuestro y despreciar lo ajeno. Cada vez estamos más cómodos en una sociedad fragmentada y sorda. Los que no piensan como nosotros no están equivocados, ya no: son ignorantes o malvados. Rectificar ya no es de sabios, sino de cobardes. El error no es fuente de enseñanza, sino marca de por vida. Y si uno se equivoca, lo niega y tira adelante.
Es una nueva realidad que probablemente dinamite la vieja idea del valor del equilibrio como instrumento de acción política. Que acaso está empezando a hacerlo ya. Y algunos lo han visto antes que los demás. Pedro Sánchez, que leyó a Maquiavelo y siguió su consejo de acabar con los herederos de sus predecesores, quizá actúe movido por esa atmósfera de necesaria radicalidad. En realidad, uno podría interpretar toda su política bajo el prisma de esa ambición de contribuir y al mismo tiempo conectar con ella. El famoso muro frente al enemigo que ahora es ya cualquier adversario. Y así sí, así si encajaría la decisión de enviar a la soldado Montero a reconquistar Andalucía.
Nadie más radical que una sanchista convencida ni más firme que una ministra de hacienda.
Va a ser eso. Y yo teniendo que escribir todo esto para enterarme de lo que pasa.
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