Tribuna
La receta de Vox que soliviantó al padre de Lamine Yamal
A Monuir le sacaron de quicio esos pasquines que rezaban «¿Delincuentes en tu barrio? ¡Nosotros tenemos su billete de vuelta!» vinculando sin reparo inmigración y delincuencia
A Mounir Nasraoui se le cruzaron los cables y la emprendió a golpes en ciernes de las últimas elecciones municipales. Nada que revistiera mucha gravedad. Pero agredió en pleno Mataró a un militante de Vox que repartía propaganda junto a la caseta electoral de la derechista formación que dirige el líder de extrema derecha, Santiago Abascal, el mismo que de sopetón ha roto todos los pactos con el Partido Popular a cuenta precisamente de su rechazo frontal a dar acogida a migrantes que llegaron a Canarias en patera.
A Monuir le sacaron de quicio esos pasquines que rezaban «¿Delincuentes en tu barrio? ¡Nosotros tenemos su billete de vuelta!» vinculando sin reparo inmigración y delincuencia. No se contuvo e indignado la emprendió a golpes. Mounir fue denunciado por el de Vox, al que rompió las gafas. Y condenado por un juzgado de Mataró a pagar 660 euros en junio de 2023. Un año después, al hijo de Monuir le jalea toda España por su brillante papel con la Selección Española en la Eurocopa. Sin su aportación tal vez España hubiera tenido un papel más modesto en Alemania. Monuir es el padre de Lamine Yamal, la perla azulgrana de 17 años recién cumplidos, nacido en la localidad de Esplugues de Llobregat, en el Baix Llobregat, a diez quilómetros de Barcelona. Aunque su vida ha transcurrido en Rocafonda, un barrio humilde de Mataró, localidad costera al norte de Barcelona. La misma que dio pie a la primera línea de ferrocarril en España. El barrio nació para dar acogida al gentío que llegaba del sur de España en las postrimerías del franquismo en busca de un futuro mejor.
Lamine sigue con sus estudios. El día que se enfrentó a Alemania le llegó la feliz noticia que había superado la ESO. Con lo que en septiembre empieza el Bachillerato. De eso también se ocupan en La Masía, la escuela de jugadores del Barça, de compaginar el deporte más exigente con los estudios. Imprescindible. Entre otros motivos porque la inmensa mayoría de jugadores que juegan en las categorías inferiores jamás llegarán a debutar con el primer equipo. Y tampoco lograrán llegar a ser profesionales. Solo unos pocos lo consiguen. Los menos. El exjugador Bojan Krkic, también nacido en Cataluña, en la localidad de Linyola, es uno de los que se ocupan precisamente de que los chicos no se descarríen. El padre de Bojan era serbio. Llegó a Cataluña apurando los últimos años de su carrera deportiva, en Segunda. Dos años más tarde nació Bojan que como Lamine pudo jugar con la Selección del país de origen de su padre. Pero optó por la española. Si no fuera por su color de piel –y por su nombre y apellido– nadie le pondría etiqueta alguna a Lamine. Habla catalán. Y castellano. Como Bojan. Sin más. Como jugaba como los ángeles al fútbol, un ojeador del Barça se fijó en él y lo fichó con sólo siete añitos. Y pronto, cuando cumplió la edad mínima, le ofrecieron instalarse en la Masía.
La campaña a Vox le funcionó. Sacó 4 concejales en Mataró. Dos el PP en una ciudad donde el PSC ganó holgadamente con 11. Su mensaje, nítido, de rechazo a la inmigración «invasión», caló en el electorado. Por algo, Piketty en su Capital e ideología asegura que lo que más condiciona el voto en Europa es la actitud ante la inmigración y la redistribución de la riqueza.
Cataluña es la comunidad con un mayor porcentaje de extranjeros, 17,2%, 1.361.981 personas, por un 13,4% la mediana española. Y Barcelona es la capital de provincia que se lleva la palma, más del 23%. Madrid, por ejemplo, no llega al 16%. Estas cifras dan una idea del reto inmenso que significa en todos los sentidos dar respuesta a un colectivo tan amplio y heterogéneo, empezando por la escuela. Y es, a su vez, un caldo de cultivo perfecto para mensajes como los de Vox que cabe decir no es el único partido que saca partido del rechazo a la inmigración. O, en particular, a los centros de acogida de menores. Los alcaldes del PSC de Rubí o Badalona no han dudado los últimos años en manifestarse incluso contra la apertura de centros de los llamados menas.
La cuestión es –debate que nunca se afronta con serenidad– cuál es la cantidad de extranjeros o inmigrantes que está en condiciones de asumir la sociedad de acogida que permita garantizar la viabilidad del sistema sin que este se resienta, sin que quiebre la convivencia social. Entre las propuestas de rechazo frontal que pretendería la extrema derecha (a menudo racista) de mandar a todos los inmigrantes al mar y el no menos problemático «papeles para todos» de cierta izquierda hay un mundo.
No es el caso de Lamine. Ni tan siquiera de su padre, que pese a ser de origen marroquí es la tercera generación en España de la familia. Por algo Naouir espetó «mi país es este, nadie tiene derecho a decirme que me vaya».
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