El buen salvaje

Los Reyes llegan el cinco no el cuatro: nunca os lo perdonaré

Diría que esta moda de la cabalgata a deshora es socialista. Lo malo es que ha sido adoptada por liberales de tres al cuarto que han sido abducidos por el mantra del bien común

El cinco de enero la confabulación de los astros nos hace llorar en la estocada final de un río. Es el llanto de los otros llantos que no han desembocado. No es triste porque en la tristeza no se llora, solo se cambia la cara y se recibe el ruido de la calle a latigazos. Sería un buen día para morir. Los Reyes no son los padres sino la idea de ellos. Mi padre no está en este mundo, el ridículo visible, y mi madre dudo de que pueda levantarse de la butaca para alcanzar unos calcetines, pero cada cinco de enero reviven como si fueran muñecos a los que se les da cuerda o zombis alumbrados por el beneficio de la santidad. Es el mejor de todos los días de golosinas y alcohol. El hígado aguanta todavía el envite. Al cabo, un vómito no es lo peor que puede pasar cuando se está entre el hola y el adiós. Un vómito es vida.

Los Reyes llegan pase lo que pase. Los Reyes llegan aunque hayamos muerto. Por eso no es comprensible, desde el misterio del que hablo, que las previsiones meteorológicas cambien de día y de hora las cabalgatas en algunos lugares de España. Mirad niños, tendréis muchos años para celebrarlo. Unos hará frío; otros, una lluvia insoportable esparcirá los caramelos en una ciénaga de baratillo y hará que Baltasar se derrita como la vela negra de una pesadilla, así será la vida, impredecible y cabrona como el agujero de un impermeable. Los chavales no tienen la culpa. Estamos criando a una generación de gilipollas sin cabeza comandados por padres tiquismiquis que piensan que la vida es Pocoyó cuando es «El juego del calamar». Si nos guiáramos por lo que nos adelanta la previsión del tiempo, el Jueves Santo nunca caería en jueves ni en marzo o abril sino en el puente de agosto. Si uno imagina un día en que los Reyes no puedan llegar, quién explicará a los niños que existen las catástrofes y que la desdicha es algo más que la palabra de un bolero.

Diría que esta moda de la cabalgata a deshora es socialista. Lo malo es que ha sido adoptada por liberales de tres al cuarto que han sido abducidos por el mantra del bien común, ridículos mancebos que ansían ser felices todo el rato a sabiendas de que es imposible. Os odio. Quiero ver la cabalgata la tarde del cinco de enero. No, no me vale otro momento. Llegar a casa, comer roscón y esperar a que los camellos tomen el agua y se repongan de tan largo viaje. Se inventaron los paraguas para guarecerse de la lluvia. Una taza de chocolate caliente con unas gotas de whisky para que vuelvan los espíritus. Lo demás es nada.