A pesar del...

Riqueza y libertad

La intervención no es plausible porque no sirve al interés general, siendo insolidaria y egoísta

Abante y Deusto han tenido la excelente idea de reeditar Elogio de la riqueza, que Javier Hernández-Pacheco publicó en 1991, y que he podido leer gracias a mi amigo, Fernando Bautista Sagüés.

Lo disfrutarán por igual economistas y no economistas, siempre que tengan la mente abierta y no se escandalicen cuando el autor señala: «Creo que mucha gente quiere ser rica. También los filósofos, pero no suelen decirlo». Ni suelen atreverse a criticar el «común denominador de los moralismos anti economicistas: el achacar el afán de riquezas a una perversión cultural de la naturaleza humana».

Al contrario, así como Adam Smith observó en dicha naturaleza la regularidad conforme a la cual todos deseamos mejorar nuestra propia condición, Hernández-Pacheco lo secunda: «es la original dignidad del hombre como hijo de Dios lo que nos impide ‘adaptarnos’ a la naturaleza y conformarnos con nuestra igualmente original pobreza».

Los embates del pensamiento único no prevalecen contra este libro, que defiende el comercio como suma positiva y la propiedad como clave de la riqueza. Ataca por tanto al antiliberalismo de toda suerte, por cultivar «uno de los más sólidos tópicos de nuestra cultura económica: el del original conflicto, no ya de clases, sino entre el interés individual y el bien común, entre la libertad y la justicia, entre la iniciativa privada y la sociedad, entre el liberalismo y el socialismo». El progreso de los países pobres «no está, a a mi entender, en las reivindicaciones y luchas sociales del movimiento sindical o en el anti-occidentalismo de los países no alineados –que bien pueden haber supuesto una rémora–, sino más bien en una dinámica naturalmente distributiva propia de la economía de libre mercado». Y se opone a un Estado que se dedica a «pagar a funcionarios que nada producen, o subvencionar a artistas que no pueden vender sus obras en el mercado por no ser riqueza para nadie, o sencillamente a pagar a quien no trabaja».

Defiende la solidaridad, pero no un «falso planteamiento moralizante» que parte de la base de «suponer que hay hombres que nada pueden hacer por los demás». La intervención no es plausible porque no sirve al interés general, siendo insolidaria y egoísta. Y rechaza cualquier agresión al mercado en nombre de la justicia, «como si para ser justa una sociedad tuviese que ser menos libre».