El ambigú
De rogar y derogar
Toca afrontar una recuperación moral, democrática y económica que no admite esperas
Ahora les toca a los niños, con la Estrategia de Derechos de la Infancia que impulsa el Gobierno. Un nuevo esfuerzo de ingeniería social para ahormar la sociedad a los parámetros ideológicos de una izquierda que parece empeñada en la paradoja de tratar a los españoles como si fueran niños y a los niños como si fueran adultos, al tiempo que intentan liquidar a los padres y la idea misma de familia como referentes, proponiendo la extinción de «los patrones adultocéntricos y heteropatriarcales», como explicó la ministra impulsora de la iniciativa, al tiempo que defendía conceptos tan vaporosos y pavorosos como el asociacionismo infantil o la educación no formal, muy próximos a los totalitarismos. No se puede esperar mucho de quien protege más a los okupas que a los propietarios, como ha quedado claro esta misma semana, especialmente con el negacionismo exhibido, tan zafio como el de quien minimiza la violencia de género. El problema de las monsergas del Gobierno es que nunca se terminan. Y, por eso, tras la pacificación de Cataluña viene, además del mantra de la vivienda, la matraca de la memoria histórica, y ahora la tergiversación perversa del tema del agua, con Doñana al fondo. Están convencidos de que, a quien manipula, el CIS le ayuda. Por la puerta de atrás se ha intentado crear un nuevo régimen al margen de la Constitución, régimen que hay que derogar en su totalidad, régimen denominado «sanchismo» y definido por el ejercicio de la ingeniería social, favores al separatismo, los cheques regalos, la intervención de los precios y las viviendas fantasma; este debe ser sustituido por una acción de gobierno que emprenda un amplio programa de regeneración democrática e institucional que devuelva la normalidad a un ámbito en el que después de cinco años lo que reina es la arbitrariedad, la mentira y la chapuza. Un programa que debe servir de base para reconstruir la unidad de una nación en la que la única división que merece la pena es la de los poderes del Estado y en la que la polarización y el partidismo tienen que abandonar los espacios públicos desde los que se gestionan los intereses comunes. También en el ámbito económico, donde España, que es el único país que no termina de alcanzar las cifras pre-pandemia, ha sufrido la mayor pérdida de poder adquisitivo y renta disponible de Europa desde 2019, uno de los mayores aumentos de la presión fiscal en el mundo, la peor tasa de paro continental, incluso sin tener en cuenta a los 4,5 millones de demandantes de trabajo registrados en el SEPE, el cierre de más de 25.000 empresas en 2022 y una brecha salarial próxima al 90 % entre empleados públicos y privados. El sentido reformista deberá marcar la política el próximo gobierno de la nación, reformismo que por primera vez en nuestra democracia se debe transformar en algo nunca deseado, una enmienda a la totalidad, y que también pasa por refundar un partido social demócrata a la europea, España lo necesita y se lo merece. De hecho, la situación no se puede hacer de rogar y, por eso, hay que derogarla, primero en las urnas, y luego en las Cortes y en el BOE, para afrontar una recuperación moral, democrática y económica que no admite esperas y para la que la primera parada es el 28 de mayo, donde los españoles se juegan buenos gobiernos municipales y autonómicos, pero también la oportunidad de expresar de forma firme y serena el ansia de cambio de una sociedad cansada. Es difícil enfrentar y polarizar tanto como actualmente en España, y esto pasa factura.
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