Editorial

El sabor amargo de la derrota frente a ETA

Para las víctimas, la memoria, la dignidad y la justicia han sido esquivas con esta izquierda que las ha olvidado mientras tantos crímenes siguen sin culpable. Y sí, es amarga la derrota del vencedor

Es un signo de este Gobierno y de la mayoría Frankenstein que lo asiste que la lucha contra el terrorismo de ETA y en consecuencia la justicia reparadora con las víctimas de la banda ha desaparecido de su agenda y de sus prioridades. Es lo razonable en el caso de una coalición gubernamental que ha elegido como socio en la dirección de España al partido político de los etarras y que ha dado la espalda a todos los que entregaron el mayor sacrificio en la lucha contra los peores enemigos de la nación durante décadas. Que una fase esencial de la política de estado de Pedro Sánchez y sus socios haya consistido en mercadear con EH Bildu y blanquear la memoria del tiro en la nuca y el coche bomba por los votos y la estabilidad del gabinete no puede ser algo de lo que sentirse orgulloso. Tampoco, sin duda, una situación que dignifique a la misma España que los pistoleros y sus acólitos intentaron destruir por todos los medios a su alcance y que si no lo consiguieron se debió precisamente al trabajo incansable y extraordinario de cientos de servidores públicos ejemplares en muy distintos ámbitos, también en el político. Hoy, aquella España unida del espíritu de Ermua, pero no solo, de colectivos valientes, de firmeza cívica y de liderazgo institucional parece confinada en el recuerdo nostálgico de un tiempo que la izquierda política ha enterrado. Borrón y cuenta nueva se ha esgrimido como el mérito de una democracia indulgente y conciliadora cuando solo ha sido la decisión personal y política tomada conforme a la ambición y la amoralidad del proyecto que dirige el país en los últimos años. EH Bildu ha prestado sus votos en el Congreso y en otras instituciones a cambio de contraprestaciones históricas para ETA como el acercamiento de los terroristas presos al País Vasco y la libertad acelerada para muchos de ellos, amén de otros pagos como el control de las cárceles y repliegues o retiradas de unidades clave de la Guardia Civil. Ayer se conoció que el fin de la celebrada dispersión había culminado con el traslado de Irantzu Gallastegi Sodupe, alias «Amaia», asesina de Miguel Ángel Blanco, y otros cuatro etarras. Nos parece higiénico recordar hoy que el ministro Grande-Marlaska prometió a las víctimas que ni un terrorista con delitos de sangre resultaría beneficiado con su aproximación a las provincias del norte. Las mintió a la cara, algo que ha sido la tónica de su carrera en el departamento de Interior, y que no ha sido óbice para la destitución ni con su deplorable peripecia. Pedro Sánchez se ha jactado en numerosas ocasiones de que los socialistas fueron los autores de la victoria sobre el terrorismo y que su política ha logrado un tiempo nuevo de concordia en el que ETA es historia. Nada más lejos. Además de arrogarse méritos colectivos y transversales, el proyecto etarra está vivo y con una buena salud evidente. Para las víctimas, la memoria, la dignidad y la justicia han sido esquivas con esta izquierda que las ha olvidado mientras tantos crímenes siguen sin culpable. Y sí, es amarga la derrota del vencedor.