
El bisturí
A Sánchez no le gusta la Técula Mécula
La injerencia de Pedro Sánchez en todos los feudos socialistas, al final, termina por contaminarlos
Es muy probable que Guillermo Fernández Vara se hubiera pensado dos veces afiliarse al PSOE aquel día en el que Juan Carlos Rodríguez Ibarra le convenció para hacerlo de haber sabido lo que ocurriría muchos años después: al frente del partido en el que finalmente aceptó ser parte activa ya no está Felipe González. Ni siquiera José Luis Rodríguez Zapatero. El que mueve los hilos después de siete años de dictablanda basada en una erosión de todos los poderes públicos y en una explosión teledirigida de las instituciones democráticas es Pedro Sánchez, al que poco le importaron nunca la carrera de médico forense del expresidente extremeño, el devenir de su comunidad o de su pueblo de nacimiento, Olivenza, el postre típico del lugar, la Técula Mécula o la situación interna del PSOE en un feudo tradicional de la izquierda, como también lo fue Andalucía, y que ahora parecen querer vivir eternamente bajo el manto del PP. Vaya por delante que Fernández Vara estaba avisado e hizo poco para evitarlo, pecando quizás de exceso de confianza o de optimismo. Su inaudito beneplácito al coqueteo del presidente del Gobierno con los nacionalistas fue un toque de atención para los votantes extremeños, un aviso para navegantes de que la autonomía, especialmente sensible en lo que se refiere a la equidad territorial, no era para el sanchismo más que un peón a utilizar para después entregar en sacrificio. Las postreras quejas públicas de Fernández Vara al pacto presupuestario con Bildu y por las que se ha sabido ahora que fue calificado por Sánchez de «petardo», lamentable y falto de solidaridad, no fueron suficientemente enérgicas para prevenir lo que iba a ocurrir en un partido que ha entrado ya en plena combustión. El detonante de esta pérdida de la hegemonía socialista en Extremadura empezó entonces, tuvo su complemento con la deficiente gestión de los servicios públicos que hicieron las autoridades locales, y continuó con las prebendas a los independentistas y el uso de este territorio como agencia de colocación. A ello ha contribuido el elegido para relevarle, Miguel Ángel Gallardo, el máximo responsable de la contratación, en 2017, del hermanísimo de Sánchez. Su vergonzosa treta para aforarse inmolando antes a cinco camaradas de progresismo cutre después de negar durante meses que fuera a hacerlo no hace más que confirmar la irregularidad –por ser benignos en la terminología– de la contratación, y su falta de legitimidad para seguir un día más al frente de un partido que va a la deriva en una comunidad que antes le seguía en masa. La tibieza de Fernández Vara, al que tengo por honrado, ha traído estos lodos de los que el PSOE será incapaz de salir a corto y medio plazo. La injerencia de Pedro Sánchez en todos los feudos socialistas, al final, termina por contaminarlos. Porque la situación de Extremadura no es un hecho aislado, un lunar en un rostro inmaculado o una mota de polvo en un cuadro en blanco. Es la tónica, no la excepción, y Andalucía y Madrid pueden dar cuenta de ello: en ambas, los candidatos elegidos digitalmente han hecho explotar las estructuras del partido, que se encuentra casi en situación de guerracivilismo. El gran error de Sánchez ha sido siempre confundir al más dócil y leal con el más capaz. La apuesta por el primer perfil es otro signo más de un autoritarismo rancio que pasa factura.
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