Las correcciones

Sánchez, no subestimes el cabreo de España

Las protestas diarias frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz no parecen que vayan a desvanecerse y todavía no se ha materializado la amnistía, ni ha vuelto Puigdemont de Waterloo

Las grúas sobre la Sagrada Familia de Barcelona se han convertido en un símbolo de los asuntos inacabados. A los independentistas catalanes les gusta hacer un paralelismo entre la obra maestra de Gaudí que arrastra un viejo debate intelectual sobre si debería ser completada o no, con el dilema del «procés». El movimiento separatista se había desinflado después del fracaso del referéndum de independencia y la declaración unilateral de Carles Puigdemont en las escaleras del Parlament de Cataluña en septiembre de 2017. Los independentistas se toparon con un muro, el del Estado, que utilizó todos los recursos a su alcance para defender la Constitución y la convivencia. Los separatistas se dieron cuenta de que la unilateralidad era un «callejón sin salida» que no tenía cabida en un país de la Unión Europea, pero las elecciones del 23 de julio, las más abiertas de las últimas décadas, han vuelto a resucitar su causa. Pedro Sánchez, el mismo que en enero proclamó que el «procés» se «había acabado» y que Carles Puigdemont era «una anécdota» ha convertido a un fugitivo de la Justicia en el árbitro de la política española. A los separatistas catalanes les fue mal, muy mal en las elecciones generales al lograr sólo el 24% de los votos de la región, 12 puntos menos que en 2019. Las banderas independentistas que antes colgaban de los balcones del Eixample de Barcelona han prácticamente desaparecido. Las últimas encuestas ratificaban que el apoyo a la independencia, que nunca superó el 50%, había caído del 48% en 2017 al 42% en 2023. Puigdemont, que tardó cinco segundos en abandonar su Cataluña independiente escondido en el maletero de un coche (hay que estar hecho de una pasta especial para hacer esto), regresará de Bruselas con escolta. Sánchez que había descartado la amnistía por ser «inconstitucional» la abraza porque «hay que hacer de la necesidad virtud». Olvida decir que se trata de su necesidad personal, no la de los españoles. Moncloa ha asegurado a la prensa extranjera que está preparada para hacer frente al malestar social, pero el presidente y su entorno podrían no haber calculado bien las consecuencias. Las protestas diarias frente a la sede del PSOE en la calle Ferraz no parecen que vayan a desvanecerse y todavía no se ha materializado la amnistía, ni ha vuelto Puigdemont de Waterloo. Sánchez deberá lidiar con el cabreo de la calle, pero también en una buena parte de su partido. Muchos, incluido Felipe González, han dicho que la amnistía significa que el Estado se equivocó al oponerse al intento de golpe de Estado de 2017, por lo que con esta medida se blanquean los crímenes de los separatistas. Es una ley, además, profundamente injusta porque perdona los actos de ciertas personas en Cataluña mientras que los mismos actos cometidos por otros siguen siendo delito. González que se ha convertido en el único adulto en la habitación del socialismo español ha asegurado que el Estado no debe dejarse «chantajear por minorías en peligro de extinción».

La historia está llena de personajes que hacen cualquier cosa por mantenerse en el poder, pero también nos demuestra que a menudo se equivocan y pagan un alto precio. Sánchez ya ha puesto en marcha su legislatura, pero será difícil que perdure en el tiempo. La España Frankenstein no es gobernable.