Sin Perdón
El sanchismo o la propaganda como forma de gobierno
«La amnistía es un ejemplo de la peligrosa deriva en la que ha entrado la democracia española»
Un alto cargo del Gobierno de coalición socialista comunista me comentaba que se levantaban cada mañana en La Moncloa sin un plan o una estrategia más allá de la voluntad de Sánchez de mantenerse en el cargo. Es decir, cada día tiene su afán. Por tanto, sigue a pies juntillas la definición de este dicho que señala que «no hay que agobiarse con lo que suceda mañana o en un futuro próximo, pues ya es bastante con afrontar las dificultades de cada día». He de reconocer que entiendo, al margen de cualquier consideración ética o moral, que no quiera abandonar la presidencia, ya que es el mejor destino para un político profesional. La alternativa de la jubilación y engrosar la lista de jarrones chinos no es algo que le seduzca. Ahora tenemos la constatación de que nunca pensó en renunciar y que los «cinco días de abril» fue otro gesto de propaganda jaleado por sus huestes y los medios de comunicación afectos al sanchismo. Por tanto, el futuro es siempre incierto, pero todavía más en manos de un líder populista que se caracteriza por ser imprevisible y hacer gala de unos asombrosos cambios de opinión que no tienen parangón en nuestra historia reciente.
La base fundamental del sanchismo es la ausencia de una ideología, así como del permanente uso de la propaganda como forma de gobierno. A lo largo de la Historia, numerosos pensadores han planteado las formas de gobierno. He de reconocer mi debilidad por los clásicos, aunque hay que ponerlos en el contexto de su época y las experiencias que vivieron. Todos hemos estudiado a Platón y Aristóteles con la idealizada democracia ateniense o el sistema de equilibrio de poderes surgido en Roma, con todos los matices que se quiera, con la caída de la Monarquía y el fin de la República con el Principado de Augusto. La idea de limitar el poder es una concepción tan antigua como necesaria. Platón plantea cinco formas de gobierno que representan una degeneración progresiva de la Justicia y el bien común: aristocracia, timocracia, oligarquía, democracia y tiranía. Por su parte, Aristóteles ofrece una clasificación diferente basándose en el número de personas que gobiernan y si lo hacen por el bien común o para sus propios intereses: monarquía, tiranía, aristocracia, oligarquía, politeia o república y democracia.
La visión de Platón es pesimista y busca un idealismo inviable salvo en la teoría mientras que Aristóteles es más pragmático y asume que las formas de gobierno pueden degenerar por lo que la politeia, el gobierno de muchos para el bien común, conduce a un sistema más equilibrado y justo. Los romanos resolvieron el dilema adaptando la República, con las luchas sociales, a un sistema de equilibrio de poderes para que nadie pudiera convertirse en un tirano. No voy a entrar en las dudas sobre lo que realmente sucedió durante la Monarquía y su último rey, Tarquino el Soberbio, pero el sistema funcionó hasta las guerras civiles. A pesar de ello, el Imperio Romano sobrevivió varios siglos bajo el gobierno de los emperadores. La formulación de la teoría de la separación de poderes que hace inicialmente Locke y luego consagra Montesquieu es lo que actualmente está en peligro en España por culpa del sanchismo y sus aliados políticos y mediáticos. No es una cuestión baladí, porque Sánchez ha decidido gobernar para su propio beneficio y el de una casta política que se suma a sus posiciones sin un atisbo de crítica o autocrítica.
El instrumento más poderoso en su estrategia de supervivencia es la propaganda. La amnistía es un ejemplo de la peligrosa deriva en la que ha entrado la democracia española. A esto hay que añadir las políticas clientelares, la búsqueda del enfrentamiento y la radicalización, el asalto de la Administración y la estigmatización del adversario. La decisión tomada, tras el retiro espiritual de los «cinco días de abril», de atacar, señalar y presionar a jueces, periodistas y empresarios es un síntoma de que quiere acabar con los contrapoderes que son el fundamento de cualquier democracia. Por supuesto, enmascarado, como hemos visto a lo largo de la Historia, con proyectos regeneracionistas. La inquietante realidad es que el PSOE no existe y se ha transformado en el sanchismo, donde uno manda y el resto obedece, aunque existe un politburó o sanedrín que rodea al líder carismático.
La reacción ante el despropósito de la amnistía es la constatación de esta situación, pero, también, la errática política exterior o el escandaloso plan regeneracionista que nadie ha pedido salvo los mariachis del sanchismo. Hace años le pregunté a un expresidente argentino qué era el peronismo, porque me sorprendía la variedad ideológica de sus corrientes. Me contestó que bastaba con decir que lo eras y abrazar el poder como único objetivo. Por ello, me explicó que un día le fue a ver a su casa un político que quería ser peronista y así le nombrara magistrado de la Corte Suprema. Le contestó que era muy sencillo: «Te tienes que convencer de que lo eres. Cuando salgas de mi casa le dices al portero que eres peronista, haces lo mismo con tu conductor y al llegar a casa con tu mujer. Con esto basta para que lo seas». Con el sanchismo sucede lo mismo. Los que le traicionaron y quisieron destruirle son sus más fieles defensores. No han tenido que hacer otra cosa que abrazar el gobierno de uno solo para así beneficiarse de los efectos de un poder que no quiere ni límites ni contrapesos. Es bueno recordar que la Unión Soviética impulsó el modelo de frentes populares en Europa con el objetivo de acabar con el Estado de Derecho y la separación de poderes. Me gustaría que Sánchez volviera a ser el socialista liberal que conocí.
Francisco Marhuendaes catedrático de Derecho Público e Historia de las Instituciones (UNIE).
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