Lisboa
«Euronémesis» de David Cameron
Lejos de tranquilizar a nadie, la posición del líder «tory» anuncia una nueva era de turbulencia e incertidumbre para Gran Bretaña y sus socios europeos
A diferencia de algunos otros miembros del Partido Conservador de Gran Bretaña, el primer ministro, David Cameron, no había dado antes la impresión de estar obsesionado con Europa. No dio muestras de entusiasmo por la UE, pero está claro que no le preocupan tanto sus supuestas iniquidades como a muchos «tories». Esa posición de Cameron resulta ahora difícil de sostener. Aunque su discurso sobre Europa, de tan larga gestación, presenta elementos que muchos podrían compartir, siembra también la simiente para un debate prolongado y agrio... y no sólo en Gran Bretaña. Los conservadores de la Cámara de los Comunes (y del partido en general) quieren estar seguros de que su dirigente comparte su antagonismo hacia todo el proceso de integración europea. No han olvidado ni perdonado su «traición» al negarse a celebrar un referéndum sobre el Tratado de Lisboa, firmado por su predecesor, Gordon Brown. Ahora, con su discurso, puede habérselo asegurado. Desde luego, Cameron afrontaba una tarea difícil con su partido, que requería una declaración por su parte sobre su política europea. Tenía que aplacar a los «tories» y a sus críticos y al mismo tiempo evitar los estragos económicos y políticos que causaría el anuncio de un referéndum inminente, que podría concluir con la salida de Reino Unido de la UE. El tiempo que ha tardado en decidir qué decir atestigua la dificultad de cuadrar el círculo.
En realidad, como ha dejado claro el discurso de Cameron sobre Europa, su solución para su dilema –lograr la paz, a corto plazo con sus críticos a expensas de hacer, tal vez, sus problemas (y los de Gran Bretaña) más arduos a largo plazo– no es algo nuevo. Ya estaba claro que Cameron quería retrasar cualquier posibilidad de referéndum hasta el futuro más lejano posible. La idea de que renegociaría las condiciones de la adhesión de Gran Bretaña a la UE ya la conocíamos por anteriores discursos y entrevistas. Ahora esa posición ha quedado expresada a las claras. Las peticiones de cambios de mayor enjundia en la estructura y el funcionamiento de la UE, incluida la repatriación de poderes a Gran Bretaña, es una nueva operación de gran calado en un momento difícil para Europa. Cameron ha dicho en varias ocasiones que desea evitar un referéndum sobre la simple opción de la continuidad en la UE, basada en las condiciones actuales de la adhesión. Algunos han afirmado ya que por su política europea advierten en él un incipiente heredero de Harold Wilson, otro famoso «renegociador» de las condiciones de adhesión de Gran Bretaña a la entonces Comunidad Europea, quien después ganó un referéndum sobre Europa. La relación de Londres con la integración europea ha sido difícil, independientemente de cuál fuera el partido que estuviese en el poder. Wilson fue un primer ministro laborista. Fue inevitable desde el principio, por el profundo e irreconciliable desacuerdo de Gran Bretaña con casi todos los Estados miembros de la UE sobre la cuestión fundamental de la mancomunación de la soberanía. Esencialmente, el punto de vista de Gran Bretaña ha sido el de que una confederación poco rígida de Estados-nación que cooperen en materia de comercio es lo máximo que Reino Unido necesita de Europa, pero Gran Bretaña se adhirió a la CE y no sólo a la zona de libre comercio que ahora quiere Cameron, al parecer. No obstante, la resaca del euroesceptismo en la política británica nunca ha menguado y resultó evidente en el discurso de Cameron. Incluso la supremacía de la legislación europea relativa a determinados sectores fue aceptada sólo a regañadientes por Gran Bretaña y mucho después de que muchos otros lo hubieran hecho. En realidad, en su discurso Cameron no pudo por menos de disparar contra el Tribunal Europeo de Justicia.
Gran Bretaña ha hecho contribuciones importantes a Europa, en particular respecto al mercado único, pero no es exagerado decir que, siempre que ese país ha advertido una oportunidad de librar una guerra de desgaste contra el proyecto supranacional europeo, lo ha hecho, oponiéndose a cualquier aumento importante de las competencias o los recursos de la UE. Como esa posición refleja la actitud del público británico para con la UE, no es sorprendente, pero, aun así, preocupa a otros Estados miembros, en particular a los que, como Alemania, reconocen el gran beneficio que entraña que un país con una posición intensamente partidaria del libre comercio y de un profundo compromiso con el Estado de derecho desempeñe un papel importante en la UE. El largo periodo de renegociaciones ahora propuesto por Cameron entraña grandes costes para las dos partes. Para empezar, crea un motivo de profunda y prolongada incertidumbre en un momento en el que la crisis de la zona euro ya ha puesto en tela de juicio la salud a largo plazo de la UE, sino su supervivencia. Además, parece probable que la estrategia de Cameron dé un resultado que satisfaga a alguien. Si ha de ser una negociación que se produzca en el marco de otras más amplias sobre los tratados, puede no darse en el futuro previsible. El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, entre otros, parece dudar que sea necesario un nuevo tratado, cuya entrada en vigor requeriría el apoyo unánime de los Estados miembros, algunos de los cuales se oponen rotundamente. De hecho, Cameron lo reconoció explícitamente en su discurso, por lo que el nuevo tratado en el que figurara un nuevo acuerdo con Gran Bretaña tal vez deba negociarse con todos los socios como operación aparte. Al parecer, parte de dicha negociación entrañaría una repatriación de poderes que requeriría también el consentimiento de todos los miembros de la UE, con lo que las condiciones en las que ha de celebrarse la renegociación de Cameron resultarían jurídica y políticamente inciertas. Muchos políticos europeos considerarían la repatriación de las competencias un precedente totalmente destructivo, por lo que se opondrían resueltamente.
El resultado neto que parece sumamente probable es el de que todo intento de un «nuevo acuerdo», incluida la recuperación de competencias, dificultará mucho más la permanencia de Gran Bretaña en la UE que si se celebrara ahora un referéndum simplemente sobre si «permanecer o salir». Así pues, lejos de tranquilizar a nadie (incluidos los «tories» euroescépticos), la posición de Cameron anuncia una nueva era de turbulencia e incertidumbre para Gran Bretaña y sus socios europeos.
Copyright: Project Syndicate, 2012
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