El desafío independentista

La enfermedad y la fiebre de Puigdemont

Para Puigdemont y los suyos, no hay ética, ni ley, sino la interpretación subjetiva de la legitimidad política o de la oportunidad política. Para cada situación, una excusa y alguien o algo a lo que echar la culpa. La situación que han provocado con premeditación es un acto de poder puro, como una antítesis del Derecho

La Razón
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Hay en la ecuación revolucionaria en Puigdemont: supera límites legales, comete posibles delitos y no le importa mentir, ni hacer el ridículo. Esa es la fiebre, el origen está en la identidad como veneno político.

En el mundo de la postverdad, los descarados juegan con ventaja. Ni a Farage, ni a Boris Johnson, ni a Trump, Putin o Puigdemont o sus socios les importa un higo la verdad o la ley porque lo que les importa es incendiar una opinión pública vertiginosa y convertida en objeto de show.

Asistimos a un enfrentamiento de poderes, porque para Puigdemont y los suyos, no hay ética, ni ley, sino la interpretación subjetiva de la legitimidad política o de la oportunidad política. Para cada situación, una excusa y alguien o algo a lo que echar la culpa. La situación que han provocado con premeditación es un acto de poder puro, como una antítesis del derecho.

La mentira y propaganda contra la ley serían parteras de la historia, de la República Catalana, en un trasunto actualizado de la violencia de Marx. La astucia, los fakes, el golpe de estado sin sangre, el método de los «expertos en conflictos» que imponen dulcemente dos partes que «tienen que abandonar su estatus quo» y «dialogar» son los instrumentos para imponer su voluntad política. Lo que se busca es que algún líder europeo indique que el Estado español debe negociar de tú a tú con formas organizadas de delincuencia política... Algo que llevaría en el medio plazo a la desintegración institucional y económica de nuestro país.

Es claro pues que la estrategia de los secesionistas catalanes busca impactar emocionalmente a la opinión pública europea, y generar incomodidad en Bélgica, porque es su única oportunidad. Por eso viajaron a Bruselas abriendo nuevos espacios mediáticos cuando el filón español estaba perdido y las masas secesionistas en sus casas.

Ha conseguido resucitar el morbo mediático y su abogado buscará errores procesales, o propagará mentiras sobre la seguridad de los consejeros cesados y la necesidad de garantías de un «juicio justo». El antiheróico Ex Presidente jugará al órdago mediático hasta el fin y no le importa, ni importará arrastrar en la caída a nada o a nadie.

Pero para los belgas la elección del campo ya resulta incómoda. La presidenta del partido liberal flamenco, Open-VLD, indicó el deseo de dejar «los conflictos del extranjero allí donde pertenecen, en el extranjero» y es que la coalición de gobierno formada a nivel federal en el 2014 incluye una combinación compleja de formaciones políticas: sólo un partido francófono (los liberales de Michel) y tres flamencos (liberales, conservadores y los nacionalistas flamencos de la N-VA).

Los golpistas catalanes no tienen otra baza que la de intoxicar y elevar la batalla de medios, y aunque es poco probable que Bélgica se vea arrastrada a un conflicto diplomático severo, resulta indudable que ha comenzado un tiempo incómodo para la relación de los Estados belga y español, y de molestia, de alguna manera, para todos los socios de la Unión.

En la era de la geoinformación el juego populista y nacionalista genera oportunidades aunque pone en riesgo nuestro país, uno de los mejores lugares para vivir, porque hace décadas que aprovechamos los efectos estabilizadores de la democracia y de los vínculos económicos que han generado los mejores años de prosperidad que se conocen.

El show político del populismo posmoderno de Puigdemont pone en juego nuestro futuro, banalmente, sin idea de lo que significa el concepto de responsabilidad. Por ello, ganar la batalla democrática en Cataluña que pasa por encarar de frente el problema de las identidades tóxicas en Cataluña y otros lugares de nuestro país, puede ayudarnos a cimentar una nueva época de estabilidad. Toca arremangarse y pringarse en una batalla que se va a celebrar en el puro barro.

Las guerras, ha escrito Federico Aznar Fernandez-Montesinos, se parecen a las sociedades que las libran, citando a Raymond Aron. Esta guerra política contra el Estado de Derecho español y europeo utiliza la ventaja de los patrones culturales de la post o transmodernidad. Es un juego que podría resultar tan peligroso como en los años treinta del siglo XX, pero con la diferencia de que se utilizan palabras almibaradas. Están emboscados otros secesionistas y otros populistas en toda Europa.

Articular el discurso va a resultar clave, y una parte de lo que suceda en el medio plazo en España y en toda Europa se va a ganar en Cataluña. Y lo que opine la comunidad internacional, su opinión mediática y de redes, no sólo lo que los poderes de los Estados consideren sobre las narrativas en liza, marcará tendencia.

Tomarnos el trabajo de desmantelar el discurso, por tanto, no es una opción, es una obligación democrática. ¡No hay atajos. Va a ser largo y duro.