Luis Suárez

La segunda guerra fría

No es posible olvidar que los países sometidos a la Unión Soviética denominaban a sus regímenes totalitarios «democracias populares». El populismo de nuestros días pretende resucitar, con serias modificaciones, el estalinismo, tan poderoso dueño del Estado

La Razón
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Es una frase que el presidente Putin ha utilizado recientemente y en ella no le falta razón. Es evidente que se refiere a esa nueva versión de la yihad que afecta de modo directo a algunos componentes del imperio ruso. Pero cualquier lector de la prensa diaria comprueba que, como ya sucediera en la segunda mitad del siglo XX, en ella aparece mezclada también la otra cuestión que afecta seriamente a todo el mundo occidental, enfrentamiento entre capitalismo liberal y populismo. No es posible olvidar que los países sometidos a la Unión Soviética denominaban a sus regímenes totalitarios «democracias populares». El populismo de nuestros días pretende resucitar, con serias modificaciones, el estalinismo tan poderoso dueño del Estado.

No se recurre tanto a las ideologías –al contrario, éstas se disimulan o disfrazan– como a la conquista del poder. Entre nosotros el político populista que a lo sumo puede llegar a reunir el 20% de los escaños parlamentarios reclama para sí los mismos resortes de poder que sirvieran a Hitler, llegado mediante pacto a la Cancillería a imponer la losa del nacionalsocialismo, que también era protagonista de la izquierda y de cuanto significase religión. Significativamente el antisemitismo asoma también las narices a través del neopopulismo. El historiador tiene que medir cuidadosamente los datos de que dispone, pues de este modo tal vez pueda ayudar en las rectificaciones.

Sobre el mapa el estalinismo pudo sentir que triunfaba: media Europa, China, Corea, Vietnam y algunos países americanos parecieron someterse. Aún están ahí presentes. Entonces, ¿por qué fracasó? Respuesta sencilla: porque en el totalitarismo el súbdito que aclama y alza sus brazos y sus puños se encuentra reducido a ser mero instrumento dentro de la compleja maquinaria del Estado. Y el estalinismo –ésta fue la versión de Gromyko– se hundió al quebrarse en la pobreza sus propios recursos. Lección primera. Hay que cuidar la sociedad en su respeto a los medios de trabajo, en el alejamiento de la corrupción y en la fijación de los objetivos que deben buscarse cuando se trata de construir el futuro.

Ahí está la segunda lección. Los partidos creen que lo importante es alcanzar el poder y ejercerlo sin límites. No; lo que importa es un examen detallado de los problemas y aquí es donde todos deben trabajar juntos examinando las variadas soluciones que proponen hasta descubrir cuáles son las soluciones correctas. Aquí es en donde, en amplios sectores de nuestro país, cunde el pánico. Todos afirman que ellos en exclusiva tienen la solución pero apenas la explican con suma vaguedad. Algo que ya ocurrió en las postrimerías del Imperio romano o en los años centrales del siglo XVII, cuando Westfalia impuso ese monstruo (Leviathan) que significaba el absolutismo del Estado. Y después vinieron las guerras, cada una peor que la anterior, que demolieron prácticamente a Europa. Estalinismo y nacionalsocialismo fueron verdaderas metras del desastre.

No son las armas, imprescindibles para la defensa, las que pueden ganar esta segunda guerra fría, sino el entendimiento entre países y sectores de cada nacionalidad. El mundo occidental cuenta con un patrimonio que se remonta muchos siglos atrás. Muy grandes los errores que los historiadores vamos descubriendo pero tampoco son escasos los aciertos. Europa se encuentra en condiciones de elaborar un programa para ofrecerlo en acto de servicio aunque siempre dispuesta a escuchar las voces de quienes discriminan. Cada cultura dispone también de valores positivos. Tenemos en consecuencia que unirnos. Para eso nació la ONU y no para que nos demos de bofetadas. Tenemos que ser valientes y no huir como pretende el premier británico sin darse cuenta de que son muchos los despojos que va a dejar en el camino. Y en España los nacionalismos menudos conforme se afirman nos van descubriendo que no hacen otra cosa que retornar a recuerdos de su vieja prehistoria.

Un día, hace casi dos mil años, Roma se dejó engañar como nosotros aceptando que la técnica es la que produce el progreso. Es al contrario: si crece demasiado convierte a la persona humana en mero objeto. Hoy láser sirve para dominar las mentalidades y cada día un nuevo descubrimiento incrementa esta sujeción y barre los puntos de apoyo que permitieran atrás el crecimiento. Un loco dueño del poder dispone ya de medios para destruir el universo mundo como muchos de sus precedentes han barrido el espíritu. La guerra fría se propone verdaderamente este fin; los sectores musulmanes ganados por su específica revolución tienen que despertar; no van a retornar a la Hégira sino a aquel maximalismo que de cuando en cuando acabara con su religión. No basta cerrar los ojos ante la muchedumbre de fugitivos desamparados que tratan de cruzar vallas poniendo en juego la vida.

Unión en la diversidad. Respeto a la persona. Seguridad de que todos van a disponer de medios para ganarse la vida. Y por encima de todo un respeto inexcusable a ese otro que también tiene derecho a vivir a su lado aunque sin causar daños. Que los que dan la orden piensen por un momento en esto: cuando el avión arroja la bomba, son más los inocentes que mueren que los culpables.