Joaquín Marco
Mal año para profetas
Van a tener mucho trabajo los encuestadores, otra suerte de profetas, cuyos resultados en recientes oportunidades han sido muy cuestionados. Noé acertó, gracias a un chivatazo de Jehová, con el Diluvio Universal, pese al buen tiempo reinante, y logró tras gran tesón construir una nave para que el hombre y otras varias especies animales lograran salvarse
Estamos ya en el día de los Reyes Magos y hemos podido leer toda suerte de profecías sobre nuestro futuro. De ellas podría concluirse que un mal rollo, un pesimismo objetivado, corroe este país y el mundo entero. Ensayistas que leo a menudo con admiración aluden incluso a una guerra de grandes dimensiones en un futuro no muy lejano. Las que están causando miles de muertos serían sólo el prólogo de un enorme conflicto resuelto violentamente; por ejemplo, entre EE UU y China. Es alarmante, aunque se apoyen en datos no siempre relevantes. Trump, casi presidente de EE UU, promete incrementar el armamento nuclear que las potencias que lo poseían decidieron ir desmantelando poco a poco y en silencio y, por otra parte, aunque se han multiplicado los beneficios de las empresas armamentísticas convencionales, entre las que cabría situar alguna española, éstas desean incrementarlos acuciando la demanda. Pero los profetas modernos, que se manifiestan a través de la letra impresa o de otras formas de comunicación, tienden al alarmismo para lograr que se les escuche y hasta se les valore. Por si fuera poco, se anuncia en este mismo año el paso, aunque por fortuna sin peligro, de un asteroide cerca del planeta que hará estremecer a los aficionados a las guerras de las galaxias, porque las de nuestro planeta se les antojan exiguas. Los profetas tendieron siempre a enormes desastres, pero nuestros políticos de todos los colores, inmersos en batallas internas que han de conducirles a congresos muy oportunos, se han dado unánimemente un mes de vacaciones en el Congreso de los Diputados e incluso una semana más para el espectáculo, pagando el ciudadano, que como pensionista, acaban de incrementarle su pensión un 0,25%, mientras que cualquier empleado observa, con suerte, otros rancios aumentos en un inmediato futuro que se anuncia inflacionista y debería agradecer evadirse del paro. Tal vez quienes disfruten del salario mínimo habrán saltado de gozo con ese 8% de incremento, pero nuestro ministro de Economía defiende los recortes –o sea la reforma laboral–, porque han sentado bien al resto de Europa e incluso se han convertido en modelos para el crecimiento y, en consecuencia, resultan inmodificables. Si renunciáramos a esta senda, la Unión Europea no nos lo perdonaría.
Van a tener mucho trabajo los encuestadores, otra suerte de profetas, cuyos resultados en recientes oportunidades han sido muy cuestionados. Noé acertó, gracias a un chivatazo de Jehová, con el Diluvio Universal, pese al buen tiempo reinante, y logró tras gran tesón construir una nave para que el hombre y otras varias especies animales lograran salvarse. Nuestros profetas creen que en un futuro no muy lejano, pese a los esfuerzos de Carmena y Los Verdes, el planeta entero será destruido –y en ello nos esforzamos– aunque unos pocos lograrían emigrar a Marte y establecer allí unas pocas colonias. Nada se dice del resto de especies condenadas a desaparecer de la faz de la Tierra. La llegada de Trump, el Brexit, las elecciones en Francia, Holanda y Alemania dan pie a profecías a muy corto plazo de todo signo. Muchos observan ya el característico bigote de Hitler –su mejor retrato fue el de Charles Chaplin– asomándose en alguna de las esquinas de Europa, empeñada en el freno y marcha atrás. La edición crítica de «Mein Kampf» alcanzó los 85.000 ejemplares vendidos en Alemania. Pero los profetas añoran aquellos felices años del colonialismo europeo o del neocolonialismo, figuras tan emblemáticas como Churchill, que, tras ganar la guerra contra Alemania, fue derrotado en las primeras elecciones a las que se presentó (la piel de elefante, también conservadora, de Rajoy ha resultado más resistente) o al general De Gaulle, héroe de guerra, que escapó en mayo del 68 de un París revuelto y que, contra cualquier profecía, entregó Argelia a los argelinos y quienes desearon acogerse a la dulce Francia no fueron internados en campos (como los republicanos españoles), ni se les consideró emigrantes indeseables. El optimista De Gaulle pretendía llevar las fronteras de la nueva Europa hasta los Urales.
Fueron otros tiempos y nadie hubiera podido imaginar a un presidente de EE UU de color, a la vez que se intensificaba el racismo no sólo contra los descendientes de los esclavos, sino también contra los vecinos del sur. Dos millones de hispanos fueron deportados durante el mandato de Obama, incapaz de clausurar la prisión de la base militar en Cuba, Guantánamo, que atenta contra los derechos humanos. Trump, en cuyo gobierno todavía en penumbra se defiende la tortura, ha anunciado que hará lo posible para ampliarla. Habrá que ver cómo se le hincha el tupé ante el oportuno anuncio de Corea del Norte de ensayar cohetes intercontinentales. Pero las que tantos consideran salidas de tono del presidente en ciernes adquieren también un cierto tono profético, no exactamente religioso, aunque alguno de sus anuncios propongan medidas que no han de disgustar a los fieles más ortodoxos. La crisis moral, social, religiosa y económica que vivimos constituye terreno abonado para profetas que, en la Biblia, encarnaban la voz de Dios. Los agoreros de hoy son menos pretenciosos. Ya en Egipto tuvieron estatus sacerdotal y se consideraron, también en el islam, como figuras religiosas. Fueron divididos en mayores y menores según la extensión de sus escritos. Algo parecido podría hacerse en nuestro tiempo, pero se augura mal año para tantos adivinos y profetas, incluido Puigdemont y su Gobierno.
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