Francfort
¿Qué imagen presentar de Europa?
Dentro de ocho meses, en las elecciones al Parlamento Europeo los votantes de toda Europa se pronunciarán sobre lo que hemos logrado juntos en estos cinco últimos años.
Este periodo ha estado marcado por la crisis financiera mundial, que se inició hace exactamente cinco años cuando el Gobierno de los Estados Unidos absorbió a Fannie Mae y Freddie Mac, y Lehman Brothers solicitó la declaración de quiebra.
A pesar de ello, Europa ha dado la batalla con resolución. Estamos reformando el sector financiero para garantizar los ahorros de los ciudadanos; hemos mejorado la forma en que los gobiernos cooperan entre sí, cómo restablecen unas finanzas públicas saneadas y modernizan sus economías; y hemos movilizado más de 700 000 millones de euros para sacar a los países ahogados por la crisis del pozo en que se encontraban.
En Europa se vislumbra al fin la recuperación. Basándonos en las cifras y la evolución que actualmente observamos, tenemos buenas razones para ser optimistas. Lo que importa ahora es decidir qué hacemos con estos avances. ¿Cogemos confianza por lo logrado para continuar con la tarea iniciada o minimizamos los resultados de nuestros esfuerzos? Mi mensaje es claro: todo ello debe hacer que redoblemos nuestros esfuerzos.
Tenemos que seguir trabajando para reformar nuestras economías en pro del crecimiento y el empleo. Antes que nada, debemos hacer realidad la unión bancaria. Con ella lograremos que no sean los contribuyentes los primeros en pagar los platos rotos del colapso de los bancos. Además, contribuirá a restablecer el crédito normal a la economía, especialmente a nuestras pequeñas empresas, pues el crédito sigue sin fluir suficientemente a la economía. En último término, se trata, por encima de todo, de que crezcamos, con el fin de evitar una recuperación sin creación de empleo. Por eso tenemos que eliminar los obstáculos que lastran a las empresas y los individuos más dinámicos y sacar el máximo partido del mercado único. Por eso estamos dando otro empujón al mercado único de las telecomunicaciones, que reducirá los costes de la itinerancia para los consumidores. Invertiremos más en innovación y ciencia, así como en competencias, educación y formación profesional para impulsar el talento. Presentaremos nuevas propuestas de cara a una política industrial apropiada para el siglo XXI, abriremos nuevas oportunidades comerciales, haremos avanzar nuestra agenda en relación con el cambio climático y haremos frente al impacto que los precios de la energía están provocando en la competitividad y la cohesión social.
Se lo debemos a aquellos para los que la recuperación aún no se atisba, nuestros 26 millones de parados, porque los actuales niveles de desempleo son económicamente insostenibles, políticamente insoportables y socialmente inaceptables.
En este preciso momento, con una recuperación frágil, el mayor riesgo que percibo es de carácter político, por eso es tarea de los gobiernos aportar la certidumbre y previsibilidad de que siguen careciendo los mercados. Lo más importante es la constancia.
Hay quienes sostienen que una Europa más débil haría que su país fuera más fuerte, que Europa no es más que un lastre y que vivirían mejor sin ella. Mi respuesta es clara: todos necesitamos una Europa unida, fuerte y abierta. En el mundo de hoy, Europa es indispensable para proteger nuestros valores y principios.
Ni que decir tiene que, como cualquier empeño humano, la Unión Europea no es perfecta. Así que la cuestión que se plantea en última instancia es: ¿Queremos mejorar Europa o preferimos renunciar a ella? Mi respuesta es clara: apostemos por el compromiso. Si no te gusta tal y como es ahora, mejórala. Busca el modo de hacerla más fuerte, interna y externamente, pero no le des la espalda. Europa debe centrarse en aquellas cuestiones en las que puede aportar un mayor valor. Debe ser grande en las cuestiones grandes y pequeña en las cuestiones pequeñas, algo que tal vez no hayamos entendido en el pasado. Pero existen áreas de gran importancia en las que Europa debe mostrar una mayor integración y una mayor unidad, en las que solo una Europa fuerte puede dar resultados. Por eso creo que el horizonte político que debemos fijarnos es una unión política.
El año próximo se cumplirá un siglo del inicio de la Primera Guerra Mundial. El Premio Nobel de la Paz nos recordó el año pasado este hito histórico: Europa es un proyecto de paz. A quienes se alegran de las dificultades de Europa y desean volver al aislamiento, permítanme que les diga esto: la Europa de antes de la integración, la Europa de las divisiones, de la guerra, de las trincheras, no es la Europa que la gente desea ni merece. El continente europeo no ha conocido en toda su historia un periodo tan dilatado de paz como el que disfrutamos desde la creación de la Comunidad Europea.
De cara a las elecciones al Parlamento Europeo solo podemos estar a la altura de los desafíos de nuestro tiempo si reforzamos el consenso en torno a nuestros objetivos fundamentales. Políticamente, la Unión Europea debe seguir siendo el proyecto de todos sus miembros, una comunidad de iguales. Económica y socialmente tenemos que complementar los esfuerzos nacionales con responsabilidad y solidaridad europeas. Y, además, hemos de salvaguardar nuestros valores, como el Estado de Derecho.
La polarización que puede emanar de la crisis es un peligro para el proyecto que nos une. Por ello, la pregunta que se impone es cuál va a ser la imagen de Europa que se va a presentar a los ciudadanos: ¿La foto sin retoques o la caricatura?, ¿los mitos o los hechos?, ¿la versión auténtica y razonable o la versión extremista y populista? La diferencia es grande. Dentro de ocho meses los electores tendrán la palabra. Ahora nos toca a nosotros hablar en favor de Europa.
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