Historia

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Quinientos años

Se advierte el abandono de la Historia: no conviene que las nuevas generaciones sean educadas en la verdad sino en el juicio de que se nutre la memoria

La Razón
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Estamos en situación de recordar que hace ahora medio milenio tenían lugar dos acontecimientos que cambiarían sonadamente el futuro de Europa: un joven príncipe de la Casa de Habsburgo que todavía no había aprendido a hablar en español viajaba hacia la Península para tomar la herencia de su abuelo Fernando y asumir en Castilla las funciones de gobierno pues su madre la reina Juana no estaba en condiciones de ejercerlas. Un erudito maestro agustino de la Universidad de Wittenberg, Martin Lutero, que ya había hecho públicas sus radicales propuestas de reforma, redactaba su Discurso acerca de la grandeza de la nación alemana argumentando que ésta un siglo antes había sido derrotada innoblemente por el voto tardío de la nación española. El mencionado Concilio había definido a Europa como suma de cinco naciones cristianas dentro de las cuales convivían estructuras políticas plurales.

Al término de la que los humanistas estaban ya calificando de «edad mediana» –intervalo para la reconstrucción de la unidad– en efecto Europa había alcanzado ya aquella forma que en 1947 propondrían los «padres» de la misma, Adenauer, De Gasperi y Schumannn. Unidad en el pensamiento y la cultura que invocaba raíces muy lejanas en el tiempo y en el helenismo, judaísmo y cristianismo.

Pues bien, ese joven Carlos que ya era duque de Borgoña, y pronto sería elegido emperador, venía a romper, tal vez sin proponérselo el equilibrio: tres de esas cinco naciones iban a quedar sometidas a su autoridad temporal haciendo imposibles los acuerdos. Frente a él Martin Lutero iba a esgrimir el argumento de que Alemania primera y más noble de las naciones, había sido traicionada. De ahí un enfrentamiento que acabaría haciendo inexorable el recurso a las guerras europeas. Wittenberg era además el resultado de las discordias entre dos sectores del pensamiento: racionalismo tomista que consideraba la capacidad racional y el libre albedrío como signos de la persona humana y el nominalismo individualista que negaba una y otra cosa. El famoso reformador hablaría del servo arbitrio y calificaría a la capacidad racional de prostituta. A finales del siglo XIV al producirse el Cisma de Occidente la Universidad de Paris expulsó a los nominalistas y estos consiguieron de Urbano VI un permiso para fundar una nueva Universidad instalándose en Wittenberg. España había hecho ya su propia reforma avalada por el Pontificado y sólidamente afincada en Valladolid, Guadalupe y Montserrat. Aunque Cisneros había buscado en Alcalá una convivencia de tomistas y sccotistas, tal proyecto fue abandonado. Recordemos que al lado de la magistral Biblia políglota complutense la versión de Lutero resulta pobre. Nada podía impedir el enfrentamiento político que siempre se presenta así: yo tengo razón y tú no la tienes. Hubo sin duda un fallo sustancial. Hemos de recordar que un sector sustancial de los consejeros de Carlos V, formados dentro de una reforma católica que había alcanzado su madurez, recomendaban lo primero pero no fueros escuchados. Los malos tratos de que Erasmo fue objeto –debemos recordar que su obra fue la primera de los «best seller» en las librerías–y el recurso a la fuerza, incluyendo la prematura excomunión pronunciada por Leon X (1520) fueron errores de los que se pagan. Tenemos que tenerlos muy en cuenta porque se están produciendo en nuestros días discordias semejantes entre las ideologías que prescinden de la fe o tratan solamente de servirse de ella y que nos conducen a una nueva forma de guerra capaz de provocar los mismos daños. Me parece muy significativo el gesto de Trump que a sí mismo se presenta como fiel episcopaliano y ha dado su primer paso como presidente asistiendo a una misa de este rito. Las guerras ideológicas, que retornan periódicamente al modelo de aquellas que los historiadores llamamos «de religión» provocan simplemente daños. Incluso el vencedor no tarda en descubrir que se pagan muy caras.

Frente al modelo hispánico que afirmaba una especie de obediencia a los valores espirituales por parte de los poderes políticos, la nueva reforma germánica estableció el principio de que cada región debía acomodarse a los valores que la autoridad temporal escogiera para sí misma. Los episcopalianos proceden del anglicanismo que aún sigue afirmando que la reina debe ser cabeza también de la comunidad religiosa. En los siglos XVI y XVII los europeos parecieron renunciar a la búsqueda de un entendimiento y pusieron su confianza en las armas. Lo mismo que el yihadismo o los populismos extremos de nuestros días se sienten movidos a hacer. Ignoramos cuál va a ser el resultado de esta nueva ruptura y también del brexit pero pocas dudas caben de que desastroso en más de un aspecto. Las ideologías han dejado tras de sí los profundos humos de un arduo problema. Esto se comprueba cuando se advierte el abandono de la Historia: no conviene que las nuevas generaciones sean educadas en la verdad sino en el juicio de que se nutre la memoria. Al Estado pertenece el poder de manera absoluta es decir sin reconocimiento de superiores. El Partido o los partidos que se hacen dueños del Estado están en condiciones de someter a la sociedad. De ahí van a salir los absolutismos y los totalitarismos. Hobbes lo vio: se había creado un monstruo a quien correspondía el calificativo de Leviathan. Deberíamos acudir con más precisión a la idea inicial de la Unión Europea: hacer de los Estados instrumentos de servicio y reconstruir el orden moral que no es invento humano sino definición de la Naturaleza.