Colombia

Venezuela: por la «biométrica» hasta la victoria final

La cosa esa «biométrica» que quiere imponer Nicolás Maduro no servirá, con toda seguridad, para arreglar el quilombo del desabastecimiento, pero como medida de control ciudadano hay que reconocer que es lo máximo. El sueño del totalitarismo hecho realidad – y no sólo en la república bolivariana– gracias a las nuevas tecnologías. Tu huellas dactilares, captadas electrónicamente, detrás de cada compra de arroz, harina, frijoles, billetes de avión, gasolinas, medicamentos, preservativos, productos de limpieza, cuidado corporal, papel higiénico, whisky... El país entero fichado en cada pequeño paso cotidiano. El único consuelo es que el sistema exige unos medios técnicos y personales de recogida, almacenamiento y análisis de datos que en el caso de Venezuela suenan a ciencia ficción. Lo más probable es que todo quede en un intento más de aplicar la cartilla de racionamiento a los productos básicos, que son objeto de un estraperlo generalizado por parte de los mismos funcionarios encargados de gestionar el abastecimiento. El asunto tiene poco misterio. Como la producción agropecuaria de Venezuela está por los suelos –éxito, a partes iguales, de la campaña de expropiaciones y del control de divisas– , el Gobierno importa a precios de mercado y en moneda convertible grandes cantidades de alimentos básicos, como la harina precocinada, que luego vende a precios subvencionados a través de sus almacenes y economatos. Primera premisa: el kilo de harina en Venezuela, cuando se encuentra, cuesta ocho veces menos que en Colombia. Lo mismo reza para la gasolina. Segunda premisa: los funcionarios del Estrado se encargan de la supervisión del proceso. Tercera premisa: la corrupción oficial es endémica en el país, hasta el punto de que el propio Nicolás Maduro reconoce que el 40% de los funcionarios están implicados en la maquinaria estraperlista. Conclusión: hay que desplegar a la Policía antidisturbios para evitar que los ciudadanos se maten en las colas de los supermercados por un quítame allá ese kilo de frijoles. Pero, naturalmente, toda la culpa es de la derecha, compendio de todos los males y tan astuta, pero tan astuta, que uno no se explica cómo todavía no ha conseguido hacerse con el poder. La buena noticia es que, poco a poco, Maduro acabará por llegar al convencimiento de que las reglas del libre mercado son inmutables y que por más controles, cierres temporales de fronteras, encarcelamientos y cartillas que imponga, la «vida se abre camino», por parodiar al llorado –al menos por mí– Michael Crichton. La alternativa, y ya se lo hemos apuntado en otras ocasiones, es atarse los machos y culminar el proceso al socialismo sin contemplaciones. Para llegar al modelo chino actual, primero hay que transitar por el «gran salto adelante» –30 millones de muertos– y la «revolución cultural» –unos dos millones de muertos– y sólo entonces se puede abrir poco a poco la mano, con extremo cuidado de que sean los nuestros, es decir, los del partido, los primeros en hacerse con una fortunita. En eso está Cuba. Lo demás, son parches, por muy modernos y biométricos que parezcan.