Letras líquidas

Trump y la utilidad de lo inútil

El mundo es un lugar mejor si Milosevic, Taylor y Kabuga responden por los crímenes que cometieron, si la impunidad no campa a sus anchas

Slobodan Milosevic quiso crear una gran Serbia y con su fanatismo nacionalista presidió Serbia y la República Federal Yugoslava entre 1991 y 2000. El mismo tiempo en el que se desarrollaron las guerras de Croacia, Bosnia y Kosovo con más de doscientos mil muertos, casi tres millones de desplazados y refugiados y una cicatriz en el corazón de la Europa moderna que sigue bien marcada. Charles Taylor lideró a los rebeldes de Sierra Leona durante la guerra civil que atravesó el país entre 1991 y 2002 y espantó al mundo no solo por los asesinatos y las violaciones sino por esa terrible práctica sistemática de amputar miembros con machetes. Félicien Kabuga colaboró con los escuadrones de la muerte en el genocidio de Ruanda lanzando mensajes de odio a través de una emisora de radio: unos 800.000 tutsis y hutus moderados fueron asesinados.

Además de semejante reguero de atrocidades, los tres citados comparten el haber sido juzgados y condenados (Milosevic no llegó a recibir la pena porque apareció muerto en su celda de La Haya) por el Tribunal Penal Internacional. Esa institución que ha recibido en los primeros días del «show-24 horas» de Trump uno de sus ataques en forma de amenaza de sanciones a sus funcionarios. Tan llamativo fue que concitó la condena inmediata de más de 80 países y la ratificación del tribunal de que seguirá luchando por los derechos humanos. Pero la embestida no fue un hecho aislado. Forma parte de una ofensiva mayor, perfectamente diseñada, del presidente de Estados Unidos que engloba el abandono de la OMS, el de los acuerdos de la lucha contra el cambio climático o el cierre de USAID, uno de los elementos vertebradores de la ayuda humanitaria y del equilibrio global. Además de situar a EE UU en un lugar muy distinto al que tenía en el viejo orden mundial, esta estrategia desmonta el organigrama contemporáneo tal y como lo conocemos. Adiós al siglo XX y sus contribuciones a la humanidad.

En los últimos años han ido creciendo corrientes contrarias a los organismos supranacionales: críticas continuas por accesorios, costosos y poco operativos. Y, sí, el peso de la burocracia y de los intereses nacionales sobre los comunes han restado agilidad y eficacia a muchos de ellos, pero eliminarlos, con su diplomacia a veces lenta y poco efectiva, solo deja espacio a la imposición, la violencia y el matonismo. El mundo es un lugar mejor si Milosevic, Taylor y Kabuga responden por los crímenes que cometieron, si la impunidad no campa a sus anchas. Por eso, y por no estropear el legado recibido, deberíamos, rescatando a Ordine, defender la utilidad de aquello que puede parecer inútil. Quizá no lo sea tanto.