Opinión

Usted cae mal a toda España

¿Por qué nos cae tan mal un tipo tan mono y tan artero, por qué no logra seducirnos con tantos estupendos ingredientes en la olla: físico, audacia, perseverancia, ambición, virtuosismo, superioridad moral, jeta…?

A mí que es muy difícil caerme mal (devota del principio protestante de que malos somos todos, horribles, defectuosos por los cuatro costados, interesados, egoístas, menesterosos, falibles…) me divierte mucho lo mal que cae Pedro Sánchez a España, pero sobre todo y dado su narcisismo, lo mal que le sienta y lo mucho que necesita la aprobación que no tiene. Porque Sánchez, Señor Presidente, nos ha vencido, pero no convencido.

En serio, ¿queda algún español que no opine que el presi, como diría Jenny, es el paradigma perfecto de hipocresía en su categoría más grosera?

Pedro Sánchez, fuera de toda discusión, no puede poner un zapato en las avenidas o correderas del país que gobierna sin ser invitado, exhortado, urgido a largarse. Presidente de la superioridad moral, Presidente de la cursilería… Presidente de la derecha catalana independentista, pero no de los españoles, ya lo ve, mejor dicho, ya lo escucha en los pitidos.

Que sí, que repetirá e impondrá su presencia repelente, Dios sabe cuántos años, pero no, de ninguna manera, gracias a España, donde no ha sido elegido nunca; y esto no lo digo yo, lo gritan, lo chillan las calles.

España, señor presidente, como en la Hispanidad y como escuchó la princesa Leonor uniformada (¡un millón de dólares por su pensamiento!), le pone a usted la maleta en la puerta, es más, se la envía donde quiera vuesa merced, con lazo y tarjeta (firmada por todos).

Mejor permanezca en la televisión, maquillado, bien afeitado, trajeadito, guapo, Pedro el inclusivo, Pedro el inventor de lo políticamente correcto; Pedro el de la voz suave en nuestras pantallas; pero salga a las calles y… ¡Pedro el trilero! El petardista, el que no se creen ni los golpistas, aunque le vendan sus siete votos, lo más caro que podamos, los españoles, pagar…

Y de nuevo me pregunto por qué nos cae tan mal un tipo tan mono y tan artero, por qué no logra seducirnos con tantos estupendos ingredientes en la olla: físico, audacia, perseverancia, ambición, virtuosismo, superioridad moral, jeta…¿Por su falta de palabra y compromiso? No…Es por su indisimulable ¡narcisismo! Del que hablan en España hasta los escolares, donde absolutamente todo se trata de él mismo y sus necesidades.

Esto y no otra cosa, no busquen más, es lo que separa al perfecto presidente-galán de sus gobernados, incluso de aquellos que idolatran su partido.

Para los que no estén familiarizados con la psicología (a pesar de cuanto se habla de estas cuestiones hasta en las canciones de Shakira…¿Recuerdan el “narcisismo” de Pi-qué?.) les explico: ser narciso no es ser un poco presumido (que también), el narcisismo es un desorden psicológico y afectivo, sobre todo masculino, donde la persona narcisista no puede amar.

Vamos, que el resto de los mortales le importan una… Mmmmirla (Mirla: ave paseriforme que se encuentra en América, conocida por su canto melodioso), si no puede instrumentalizarlos.

El narciso, igual que Sánchez, se esfuerza en aparentar solidaridad en las relaciones, ya sean familiares, laborales, sociales… Y más si su posición lo requiere, pero no lo consigue, pudiendo alcanzar un estrepitoso fracaso como manifiesta cualquiera de sus apariciones en público.

En efecto, el individuo de personalidad narcisista estrangula, literalmente, el intercambio afectivo e impide toda resonancia entre las partes, por mucha emocionalidad y mucha impostación que le ponga.

Aunque quiera, el narciso no puede ocultar que está centrado sólo en sí, y no hay discurso sensiblero que valga ni vocecita tierna (pero invalida) porque no irradia un gramo de afectividad ni de verdad.

Pedro nuestro, el caballero de la voz impostada.

Y bueno, que esto de ser narciso, que les pasa a muchos artistas, líderes políticos, y celebridades, en general (anda que no hay narcisos luciditos por ahí) se hace ridículamente manifiesto cuando el discurso es buenista, porque es disonante; porque las discrepancias entre el mensaje pretendido por el emisor y el que recoge la audiencia son tales que la comunicación se desmorona.

Verdaderamente extraordinario nuestro presidente, continúa sorprendiéndonos semana a semana, por cómo es que hace las cosas, evento tras evento, decisión tras decisión… ¿Cómo llegó? ¿Cómo ha conseguido mantenerse en el poder?

Pero ¡ay Sánchez! Cómo ha logrado lo que pocos villanos, caernos mal a todos los españoles.