Tribuna

La vocación de cumplir nuestra misión

Entre las luces y sombras que nos rodean, bien podríamos llevar una existencia plena si entendemos nuestro papel en el gran teatro del mundo

La vocación de cumplir nuestra misión
La vocación de cumplir nuestra misiónBarrio

«Por la mañana, cuando te despiertes de mala gana, ten a mano la idea de que “me levanto para mi labor de persona”. ¿Y aún me lamento si voy a hacer aquello por cuya causa he nacido y por cuya gracia llegué a existir en este universo? ¿O es que acaso he sido creado para quedarme aquí, tumbado entre mantas, para estar caliente? Me dirás “es que esto es placentero”. Pero ¿acaso has nacido para el placer, solo para las sensaciones, y no para la acción? ¿No miras los árboles, los pájaros, las hormigas, las arañas y las abejas que hacen lo propio, aportan su contribución particular al orden global? Y luego ¿tú no quieres cumplir con tu deber de ser humano?». Así comienza el quinto libro de las celebérrimas «Meditaciones» de Marco Aurelio, en mi reciente traducción (Arpa Editores).

Esta mañana de lunes me gustaría leer este pasaje con ustedes, como si nos acabáramos de despertar de un mal sueño la ventosa noche pasada. A veces, es un sueño agitado el que nos impide vivir una vida plena. El insomnio que aqueja a nuestras sociedades hiperconectadas y siempre pendientes de las notificaciones y las pantallas, con su brillo cegador y excitante, nos impide dormir como deberíamos. Siempre el bien dormir fue la clave de la serenidad interior, como el insomnio lo fue de intranquilidad y preocupaciones. Sabemos por el famoso médico Galeno –que lo fue de cabecera del citado emperador y también de su hijo, el menos ilustre Cómodo–, que el emperador Marco Aurelio tenía problemas de insomnio. Hoy nos pasa a muchos de nosotros, cargados por la responsabilidad de nuestras tareas cotidianas, agobiados por los problemas profesionales o familiares y desbordados por la presión a la que estamos sometidos. Pues piensen en un emperador romano…

Marco Aurelio a veces tardaba en dormirse, otras veces tenía dificultades para despertarse: siempre quiso ser filósofo, pero le había caído sobre los hombros la enorme responsabilidad de ser emperador. Pues bien, Galeno, que acompañó a Marco Aurelio en sus campañas desde 170 contra los bárbaros –se aprendía mucho allí sobre heridas y fracturas– y supo aconsejarle frente a la terrible epidemia de peste, también prestó gran atención a las enfermedades del alma –que hoy llamaríamos estrés, ansiedad o depresión– empezando por su más ilustre paciente. Conocemos algunos remedios que le recetó al emperador, como el opio o la triaca, pero la clave fue, como siempre, la atención filosófica (hoy diríamos psicológica). Pese a su ansiedad, al final, gracias a la filosofía, pudo afrontar razonablemente bien su misión: cuidar de sus súbditos en un mundo lleno de convulsiones, epidemias, guerras, invasiones, intrigas e intentos de usurpación. ¿No podríamos intentarlo nosotros?

Algo parecido le ocurrió a Epicteto, otro de los grandes pensadores del siglo II, tan parecido al nuestro en tantas cosas. Nacido en Hierápolis, esclavo griego de joven en el Imperio romano, tenía problemas de movilidad en una pierna –seguramente por haber sufrido malos tratos– que le hacían cojear ostensiblemente. Luego, ya liberado, acabó fundando una escuela en una ciudad provincial, donde aconsejaba a jóvenes hombres de acción cómo superar sus limitaciones y desempeñar lo mejor posible su papel en la vida. En su «Manual» (17), en la reciente traducción de Óscar Martínez García (EDAF), nos recomienda: «Recuerda que eres el actor de una obra que discurre como desea el director: breve, si la quiere breve; larga, si la prefiere larga. Si quiere que interpretes a un mendigo, representa tu papel convincentemente; o a un cojo, o a un cargo público, o a un particular, pues ese es tu objetivo: interpretar bien el papel asignado. Adjudicarlo le corresponde a otro».

Conque, entre las luces y sombras que nos rodean, bien podríamos llevar una existencia plena si entendemos nuestro papel en el gran teatro del mundo (la metáfora de la vida como teatro es de las más antiguas y productivas, muy querida para los clásicos grecolatinos y también para los hispánicos). En todo caso, esta es la reflexión que les propongo para esta mañana de lunes. Pensemos en cuál es nuestra misión como seres humanos, en lo colectivo y lo individual. Ese es el primer paso para asumir, como querían los estoicos, que la divina Razón lo rige todo, aunque a veces no acertemos a ver su sentido, como ante el problema del mal. Pero, poco a poco, empecemos por nuestro fuero interno. Quizá, como querían Marco Aurelio o Epicteto, nuestra felicidad dependa, precisamente de asumir la misión que nos ha correspondido –en lo laboral, familiar y humano, ya como poderosos emperadores, ya como maestros de escuela o exesclavos–, y de hacer de su cumplimiento con excelencia nuestra vocación de vida. La clave de la serenidad cotidiana reside en comenzar por algo relativamente sencillo. Es una hermosa lección de la filosofía antigua para estos tiempos que, para empezar, seguramente nos hará dormir mucho mejor.

David Hernández de la Fuentees escritor y Catedrático de Filología Clásica en la UCM.