El bisturí

Vox hace el favor del siglo a Sánchez… y al PP

Mientras se hablaba de menas e inmigración, no se hacía de los escándalos de Begoña Gómez

Aunque nunca he comulgado con Vox, he de reconocer que algunos de sus dirigentes me han despertado siempre una cierta simpatía. Se trata, básicamente, de aquellos que disponen de un importante acervo cultural –bastantes– y de los que arrastran una dilatada y exitosa trayectoria profesional que en su día decidieron de forma altruista paralizar para tratar de arreglar, de buena fe, el desaguisado de la política. El hoy portavoz nacional de esta formación, José Antonio Fúster, compañero de fatigas y de penas en los lejanos orígenes de este periódico, reflejaba por ejemplo como nadie en sus excelentes crónicas y reportajes las copiosas enseñanzas que obtenía como lector empedernido, una de sus principales aficiones. Un gran seguidor de Tom Wolfe y, desde luego, un gran tipo, Fúster. Juan Luis Steegmann, portavoz sanitario durante la pandemia, sorprendió a todos con sus exposiciones y sus críticas certeras al Ministerio de Sanidad. Gran conocedor del sector y hombre instruido, su salida de la primera línea del partido constituyó por sí misma uno de los mejores indicios para atisbar el rumbo que estaba tomando entonces el partido. Destacable es, también, Víctor González Coello de Portugal, un profesional sobradamente preparado que junto a su mujer, eurodiputada, siempre luchó en defensa de los principios y de la vida. Otro que abandonó en cuanto tuvo oportunidad la primera línea, sabedor del poder de abrasión que encierran siempre posiciones como la que él ocupaba, aunque él lo hiciera con templanza y sin ninguna mala palabra.

Hay muchos más, pero la línea ideológica impuesta ha tendido a desplazarlos desde los círculos internos del partido hacia los externos, como les ocurre a los heterodoxos condenados al silencio en la espiral que dibujó la politóloga Noelle-Neumann. Es precisamente esta deriva y la búsqueda de la identidad perdida la que ha llevado a Vox a perpetrar la ruptura con el PP en las autonomías en las que gobernaban en coalición. El escaso rédito electoral en los últimos comicios celebrados en España ha llevado a la formación de Santiago Abascal a tratar de diferenciarse utilizando a los menores inmigrantes como excusa, en lo que constituye el último paso equivocado –otro más– de Vox. En contra de lo que sostienen algunos, a Alberto Núñez Feijóo y al PP la maniobra les viene de perlas, porque Pedro Sánchez ya no podrá identificarles con la ultraderecha y ganarán fuelle en el coqueteo con el votante de centro, que a la postre es el que hace ganar o perder las elecciones. Con la ruptura, Vox no solo queda marcado como el único partido extremo de derechas del arco político español, sino que, además, le hace también un importante favor al presidente del Gobierno y a su coalición formada por izquierdistas radicales e independentistas. Mientras se hablaba de menas, inmigración y racismo, no se hacía de los escándalos de Begoña Gómez, el hermanísimo de Sánchez o la vergonzosa exculpación de los condenados por los ERES de Andalucía. No lo olvidemos, el mayor escándalo de corrupción de la historia de la democracia. En lugar de echarse al monte y de tratar de emular a Le Pen, los de Abascal podrían haber denunciado con mayor fuerza en colaboración con el PP en todas las autonomías en las que están presentes la patética política migratoria del Gobierno. Por el contrario, le han hecho quedar como un partido demócrata, cuando todos sabemos que a Sánchez y a sus acólitos la suerte de los inmigrantes les importa realmente un pimiento.