El buen salvaje

El zulo de Ortega Lara o el parque temático de la nada

No entiendo por qué ETA es menos mala según se escore más la ideología a la siniestra, esos vendedores de moral que, al desdeñar el dolor que supuso y que todavía supone, se hacen un «selfie» ante un tiro en la nuca, o sea, lo banaliza

La reconstrucción del zulo donde Ortega Lara aguantó la tortura del encierro durante 532 días, un habitáculo de 3 metros de largo, 2,5 de ancho y 1,80 de alto, no presume siquiera del oprobio que padece Auschwitz, esa otra banalidad del mal, donde adolescentes (y talluditos) de cerebro líquido se hacen «selfies» para probar que han estado en un sitio famoso. Da igual su significado. Auschwitz es la Disneylandia del horror y según esas mentes merece ser fotografiada y subir su imagen a instagram con el debido filtro corrector de ojeras y la luz del lado criminal, como la de un cuadro de Caravaggio pasado por el negro tamiz de Patricia Highsmith (vean «Ripley»).

De Auschwitz se han hecho cientos de películas y las editoriales compran títulos sólo con llevar su nombre. «Cuchillo», el libro de Salman Rushdie sobre lo que fue el terrorismo escupido por parte de un islamista radical y que le costó al escritor un ojo, es un acontecimiento mundial. Al cine español, sin embargo, no le ha interesado el zulo de Ortega Lara, basado en un hecho real. A la progresía le pone subrayar los males de la sanidad pública y sus listas de espera, estamos de acuerdo, aunque no en el remedio (¡esa anestesia verde de Mónica García!), pero le incomoda hablar de ETA. Cuando se menciona a los terroristas, la izquierda «mainstream» nos los devuelve con un recado venenoso: «Ya están los fachas con lo de ETA». No entiendo por qué ETA es menos mala según se escore más la ideología a la siniestra, esos vendedores de moral que, al desdeñar el dolor que supuso y que todavía supone, se hacen un «selfie» ante un tiro en la nuca, o sea, lo banaliza. Si ya cuesta hilar izquierda y nacionalismo (y, sin embargo, se mueve), imagínense lo que supone entender ese desdén hacia el sufrimiento que no puede ser subvencionado y que ya no cosecha votos.

Se ha dibujado nítidamente en esta campaña de las elecciones vascas lo que fue ETA para las generaciones más jóvenes: la banda construyó un parque temático de la nada. Todos los partidos se han envasado en un vacío moral. En toda historia del terror hay rincones indecibles. La nuestra no es ajena a esta norma, pero se le suma el hecho de que hay quien no quiere mencionarla por interés político, no por vergüenza, sino por desinterés, a sabiendas de que la amnesia del lenguaje forma parte de un plan. Es la última bala que ETA guardaba en la recámara a cambio de entregar las armas. Un acto que no puede ser juzgado en ningún tribunal de este mundo.