Crítica de cine
Quién sabe dónde
Director: Bart Layton. Intérpretes: Frédéric Bourdin, Carey Gibson, Beverly Dollarhide, Charlie Parker. Gran Bretaña, 2013. Duración: 99 minutos. Documental.
Que la realidad supera a la ficción es un tópico que el cine documental insiste en reafirmar cuando, en su camino, se encuentra con una historia tan improbable como ésta. En «El impostor» Bart Layton entiende que tan enigmático resulta Frédéric Bourdin, que a los veintitrés años se hizo pasar por Nicholas Gibson sin parecerse en nada a él, como los familiares de ese adolescente que había desaparecido sin dejar rastro. Familiares que aceptaron el engaño al instante, acogieron al farsante en su casa y le convirtieron, siguiéndole el juego, en ciudadano americano en un abrir y cerrar de aduanas mientras él insistía en ocultarse tras una sospechosa capucha.
La tentación es demasiado grande para que Layton no caiga de cuatro patas. Si el artículo que la revista «The New Yorker» publicó sobre el tema en2008 coqueteaba con el periodismo de sucesos, ¿por qué no darle a su documental una estructura narrativa propia de película de ficción, con sus puntos de giro y sus revelaciones de última hora? Es una decisión pragmática que gana en accesibilidad lo que pierde en rigor al acercarse a sus objetos de estudio. En el último tercio de la película, Bourdin está a punto de transformarse en víctima de un complot, pero Layton no hurga en su propia teoría conspiranoica, la formula sin profundizar en ella, quizá abrumado por los efectos secundarios de una trampa narrativa que nunca logra esconder el verdadero tema del filme: que el mundo se divide entre los que mienten y los que prefieren creerse las mentiras que les cuentan.
Layton entrevista a culpables, damnificados e investigadores, y ameniza la crónica de la impostura de Bourdin con varias secuencias de «reconstrucción de los hechos» para escapar de la gramática repetitiva del documental de cabezas parlantes. La información que recaba es valiosa pero las dramatizaciones son versiones sofisticadas de las de «Misterios sin resolver». No importa demasiado: la historia es tan apasionante e inescrutable que se le perdonan a Layton los deslices estéticos hacia la televisión de usar y tirar.
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