Iglesia Católica
La misa del domingo como Dios (y Sanidad) mandan
Formentera estrena las misas dominicales. Ha sido el adelanto a lo que vivirán los católicos que pasan a la fase 1.
«De repente llega el día y algo de estrés te entra». El padre Miguel Ángel Muñoz lo tiene todo a punto para su primera misa dominical del desconfinamiento. Aun así, no puede ocultar cierta tensión. Vuelve a celebrar con sus feligreses. Como siempre. O como nunca. Desde hace dos meses la parroquia estaba cerrada al público. Y, ahora, vuelven prácticamente todos con mascarillas. Desperdigados estratégicamente por los bancos. Flechas incluidas para marcar la distancia de seguridad. Primera eucaristía pública de domingo en la fase 1 de la era del coronavirus en Formentera. Y, por tanto, en toda España.
Puertas abiertas durante todo el acto. Para que nadie toque los pomos. Que corra el aire. Tampoco hay lugar a aglomeraciones en el pueblo. El propio sacerdote acoge y da los avisos pertinentes. No hay coro ni hojas de canto. Solo un guitarra en mano que ayudar a relajar un clima «raro» cuanto menos.
Formentera, como sucede con El Hierro, La Graciosa y La Gomera en Canarias, llevan la delantera a ese 51 por ciento de católicos españoles que hoy podrán volver oficialmente a las iglesias. Ellos empezaron el lunes, pero este fin de semana era la prueba de fuego. Cinco misas entre el sábado por la tarde y el domingo. Cero incidencias. Un respiro para todos los que han preparado minuciosamente el regreso, con las restricciones marcadas por el Gobierno –como el 30 por ciento del aforo– y el protocolo sanitario reforzado por la Conferencia Episcopal.
«Por la parte de delante, una persona en cada punta del banco, otro libre y en el tercero, otra vez en cada punta», se hace sus cálculos Jaume Purresines, parroquiano de toda la vida que ha preparado con mimo la reentré. «La última vez que vine a misa fue el 12 de marzo y éramos dos. Ahora da gusto ver que vamos volviendo», apunta.
Miguel Ángel tiene a su cargo dos de las tres parroquias –El Pilar y San Francisco Javier– de una isla que no ha registrado ni un solo fallecido por Covid-19 durante toda la crisis pandémica. Todos, pendientes de no hacer nada fuera de lugar. Emoción contenida en el reencuentro de la comunidad. Ni besos ni abrazos en el saludo de paz. Pero sí miradas enjugadas a medida que el propio Miguel Ángel avanza y comparte sus palabras en la homilía.
Cero incidencias en la nueva normalidad, salvo ajustar las medidas de última hora recogidas en el BOE del sábado, entre las que se incluía de forma inesperada la necesidad de publicar el número de asistentes máximo en el interior del templo. «No creo que tenga que aumentar las celebraciones, porque somos una comunidad pequeña y he dejado claro a la gente mayor que es preferible que esperen y continúen con la misa en la televisión por seguridad», comenta el presbítero, teniendo en cuenta que permanece la dispensa episcopal para asistir de forma presencial.
Gel hidroalcohólico nada más entrar. Y mascarillas. Mari Luz Barales se ha convertido en la dispensadora de toda la isla. Ha perdido la cuenta de cuántas mascarillas ha cosido en estos dos meses bajo encargo del Consell en los salones parroquiales. «Unos días me hago diez, otras quince. Unos me traen telas, otros gomas, mi hija plancha y yo las monto», asegura, a la vez que confiesa que se puso a llorar cuando el pasado lunes «vi la gente llegar a la misa de diario». «Para mí venir a misa es una necesidad básica».
Hasta llegar a estas misas de kilómetro cero, Miguel Ángel se vio empujado a estrenarse con las retransmisiones online. «No lo acababa de ver. Empecé locutando la misa dominical por Radio Illa y los ancianos me agradecían el gesto porque cerraban los ojos y sentían que estaban en la parroquia, pero la gente joven necesitaba verme». De ahí dio el salto a Facebook Live y continuará, al menos, hasta que desaparezca el estado de alarma. Eso sí, desde la parroquia de San Francisco, «porque el router no llega al Pilar», bromea.
Más allá de este domingo, toca recuperar la vida de la comunidad. El teléfono ha sido su principal herramienta de trabajo pastoral en la cuarentena. Llamadas para los mayores y grupos de Whatsapp para acompañar al resto. «Me grabé unos videos tutoriales para dar orientaciones a los catequistas de primera comunión y de un día para otro, me vi que se lo habían pasado a los padres». Este mayo, unos 40 chavales tenían que haber recibido el sacramento. Ahora, toca buscar nueva fecha. «Desde la diócesis se nos ha dicho que seamos flexibles y ver qué propuestas nos hacen las familias. En estos días nos reuniremos para valorar, porque ahí sí que hay que calcular bien el espacio».
El libro de las bodas, de momento, no lo abre. «Aquí vienen a casarse muchos italianos. Tenía unas veinte entre mayo y junio. Me han pedido pasarlas a septiembre y octubre y me he negado porque no quiero anticiparme puesto que no sabemos si habrá vuelos». Esta demanda es signo de la parálisis turística en Formentera y que ya se traduce en una crisis social, como acredita Miguel Ángel, que además es el delegado de Cáritas de toda la diócesis de Ibiza.
«Estamos desbordados. Hemos pasado de ayudar de 50 familias a 130. En un mes hemos repartido más que en todo un año», desvela Carmen Ferrer, que colabora en la distribución de alimentos a los que sufren el azote de la pandemia económica a través de Cáritas y Formenterers Solidaris. «Nuestras reservas ya se han agotado, pero todos nos estamos volcando: servicios sociales, ganaderos, pescadores, supermercados…», explica mientras remata una hoja de cuentas antes de ir a misa. «Me dolía el corazón de pensar que la iglesia estaba cerrada. Era la sensación de que me estaban robando algo esencial para mí. A partir de ahora, vuelvo con la cara alta y con la sensación de que no es un delito».
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