Religion
Volver a la verdad
Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid
II domingo de Adviento
¡Cuánto necesitamos volver a la verdad! Sobre esto, precisamente, nos hablan las lecturas de este día, que nos invitan a retornar a nuestra esencia más pura a través de una necesaria conversión y purificación. El evangelio de hoy nos presenta la escena preparatoria a la aparición de Jesús en su vida pública, cuando Juan el Bautista le va disponiendo el camino a través de palabras, acciones y símbolos que mueven al primer pueblo elegido a reconocer la venida de Dios en medio de él. Leamos con atención:
«Por aquellos días, Juan el Bautista se presenta en el desierto de Judea, predicando: “Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos”. Este es el que anunció el profeta Isaías diciendo: “Voz del que grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”. Juan llevaba un vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura, y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y acudía a él toda la gente de Jerusalén, de Judea y de la comarca del Jordán; confesaban sus pecados y él los bautizaba en el Jordán. Al ver que muchos fariseos y saduceos venían a que los bautizara, les dijo: “¡Raza de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: Tenemos por padre a Abrahán, pues os digo que Dios es capaz de sacar hijos de Abrahán de estas piedras. Ya toca el hacha la raíz de los árboles, y todo árbol que no dé buen fruto será talado y echado al fuego. Yo os bautizo con agua para que os convirtáis; pero el que viene detrás de mí es más fuerte que yo y no merezco ni llevarle las sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego. Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga» (Mateo 3, 1-12).
En este segundo domingo de Adviento el nombre de Cristo no se menciona explícitamente, porque la atención se centra en otra persona: Juan el Bautista y su misión de preparar el camino al que ha de venir. Su figura da continuidad a la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, quienes hablaban en nombre de Dios para trasmitir palabras de corrección y de consuelo. El lugar donde aparece el Bautista también evoca la historia de Israel: el desierto y el río Jordán, que recuerdan el árido camino y la entrada a la Tierra Prometida. Igualmente, son imágenes de la purificación que el pueblo ha de vivir antes de gozar la libertad. Efectivamente, el estilo de vida y el modo de vestir del Bautista recuerdan a Elías, el gran profeta, y es el modelo de todos los penitentes que a través de los siglos seguirán dando testimonio de la necesidad de purificarnos y volver a lo esencial.
Juan anuncia y celebra un bautismo de penitencia, al cual se someten numerosas personas movidas por su predicación de la inminencia del reino de Dios. Él también nos recuerda la naturalidad de Adán, el primer hombre, quien debe ser purificado para volver al estado de inocencia original del que gozaba antes de pecar. Por tanto, su anuncio nos mueve a pasar también nosotros por esta purificación interior y exterior, simbolizada en el rito del bautismo de penitencia y renovación. Así la liturgia de hoy nos invita a prepararnos para la Navidad despojándonos, purificándonos y volviendo a nuestra verdad. Esta nos exige enderezar lo que en nosotros está torcido, reparar lo dañado, elevar lo hundido y abajar lo altivo. Porque nuestra existencia debe ser transformada gracias a la escucha de la Palabra divina y a la penitencia que, por estar guiada por el Espíritu Santo, no nos deja en la humillación, sino que nos eleva.
Démonos cuenta de que es mucho lo que necesitamos purificar. Nos hace falta abajar la altivez de nuestra soberbia y autosuficiencia, al tiempo que nos elevamos de la mediocridad y la falta de amor y de verdad. Lo tortuoso en nuestra vida ha de ser enderezado y convertido en un camino bien dispuesto para que por él entre a nosotros la gracia de Dios. Por tanto, volvamos hoy a nuestra consagración bautismal, cuando fuimos despojados del viejo pecado y renacimos a la vida nueva en Cristo. Hagámoslo examinando nuestra conciencia desde todo a lo que nosotros o nuestros padres y padrinos en nuestro nombre renunciamos en ese momento:
¿Renunciáis a Satanás, esto es: al pecado como negación de Dios; al mal como signo del pecado en el mundo; al error, como ofuscación de la verdad; a la violencia, como contraria a la caridad, al egoísmo como falta de testimonio del amor?
¿Renunciáis a sus obras, que son: envidias y odios; perezas e indiferencias; cobardías y complejos; tristezas y desconfianzas; injusticias y favoritismos; faltas de fe, de esperanza y de caridad?
¿Renunciáis a todas sus seducciones, como pueden ser: creeros los mejores, únicos y poseedores de la verdad; creeros que ya estáis convertidos del todo y perderos en las cosas, medios, instituciones y reglamentos en lugar de ir a Dios?
(Tomado de la liturgia bautismal).
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