Religion

Signos

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Resurrección de Lázaro, obra de José de Ribera en el Museo del Prado de Madrid
Resurrección de Lázaro, obra de José de Ribera en el Museo del Prado de MadridLa Razón

III domingo de Adviento

Jesús acredita a través de sus signos tanto su propia misión como también la de Juan el Bautista. Es lo que encontramos expresado en el evangelio de hoy, que continúa preparándonos para la celebración de la Navidad, ya mucho más próxima. Hoy la figura del Precursor aparece como señal y testimonio a atender para recibir adecuadamente al Salvador, quien nos llena de esperanza al revelarnos que podemos ser grandes en el reino que él viene a inaugurar. Leamos y meditemos:

«En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, mandó a sus discípulos a preguntarle: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Jesús les respondió: “Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados. ¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!”.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: “¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Mirad, los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿A qué salisteis?, ¿A ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Este es de quien está escrito: “Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino ante ti”. En verdad os digo que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él”» (Mateo 11,2-11).

Los milagros y las palabras de Cristo no se dan por casualidad, sino que proclaman una realidad llena de contenido que sobrepasa su momento puntual, atraviesa los tiempos y llega hasta nosotros con toda su vigencia y urgencia. Esto es así porque esos milagros o “signos” se originan en la eternidad, la cual ha irrumpido en la historia humana por la venida de Cristo, quien permanece entre nosotros. Por eso cada una de sus palabras y acciones perviven más alá de los giros del tiempo y son actuales para quien los acoge como buena y bella noticia. La irrupción definitiva de estas señales y este mensaje ya había sido anunciada por los profetas antiguos y así se convertía en motivo de esperanza para el pueblo. De ahí que cuando el Bautista manda a preguntar a Jesús si él es el esperado, este no da un sí o no por respuesta, sino que invita a interpretar los signos que él está realizando: Los enfermos son sanados, los muertos vuelven a la vida y los pobres reciben el evangelio.

También cuando nosotros preguntamos a Dios si está con nosotros o si vamos por el camino correcto, Él no nos da una respuesta cerrada, sino que nos mueve a discernir e interpretar sus signos en nuestra vida, como por ejemplo si tenemos paz en el corazón, si estamos sirviendo a otros, si estamos creciendo en el amor hacia Él y hacia el prójimo. Es decir, Dios nos mueve a descubrir si estamos continuando o no la obra de Cristo en nuestra propia vida, y esta pregunta es fundamental para saber si nos estamos preparando adecuadamente a celebrar su venida entre nosotros. Por eso, detente ahora un momento y pregúntate si estás manifestando los signos del reino de Dios en tu vida, que son el perdón, el amor, la paz y la esperanza, entre otros.

Este ofrecer nuestras palabras de manera consecuente con nuestras obras se llama coherencia, la cual consiste en la armonía entre lo que creemos y cómo actuamos, entre lo que decimos y lo que realizamos, entre nuestras más profundas convicciones y los aspectos prácticos de nuestra vida. Jesús comienza su misión mostrando cuánto vale esta coherencia, y que merece la pena incluso pagar un alto precio por mantenerla. Efectivamente, quien vive esta armonía personal y hacia los demás puede experimentar la paz consigo mismo y con Dios, y con ella también la verdadera alegría. Por eso hoy celebramos la invitación a alegrarnos por la proximidad de la Navidad, por medio de la cual se ha abierto este camino de coherencia, paz y luz en quienes responden a todas sus implicaciones. Ello supone reconocer también nosotros los signos de Dios en nuestra propia vida. ¿Estamos experimentando su presencia? ¿Nos llama Él a cambiar o enmendar algo en nosotros mismos, en nuestra familia o en la misión que nos encomienda?

Vamos descubriendo así que el reino que Cristo ha traído a esta tierra continuamente está volviendo a empezar. Hoy comienza en cada uno de nosotros, con la gracia de Dios que siempre nos antecede, pero que a la vez espera nuestra respuesta e implicación. Por eso, volvamos hoy sobre nosotros mismos, como también volvamos la mirada al tipo de relaciones que estamos viviendo con los demás, para examinar y armonizar lo que somos con lo que Dios quiere que seamos. Que tu vida no sea un activismo inconexo, sino que en cada acción palpite la vida plena que Cristo ha venido a ofrecernos. Llena tu propia existencia de los signos de esa vida. En definitiva, vuelve a descubrir tu llamada a la santidad y disponte a responder a ella con toda confianza y alegría.