Crisis migratoria en Europa
«Aúllan y ladran, se sienten animales en el matadero»
Un matrimonio español y su hijo reparten diariamente comida para 2.000 refugiados retenidos en el campo de Moria
Un matrimonio español y su hijo reparten diariamente comida para 2.000 refugiados retenidos en el campo de Moria
Hoy es un día especial para Pilar. Va a hacer lo mismo que lleva haciendo meses, pero todo se adivina un poco más complicado. Pilar es voluntaria de Remar y Mensajeros de la Paz en el campamento de Moria, y hoy –por ayer– el Papa va a pasar tres horas en Lesbos. Me encuentro con ella en la puerta de Moria, y me recibe con unos ojos en los que los nervios brillan, a pesar de que Pilar nunca olvida la sonrisa. «Hoy no me dejan pasar. Llevo esperando desde las siete de la mañana. Están todos sin desayunar», explica.
Pilar cocina diariamente en la carpa de la alianza de estas dos ONG españolas para la mitad de los refugiados detenidos en Moria. «El ejército griego trae 2.000 raciones, a veces menos. Pero aquí hay 3.500 personas todavía. Nosotros ponemos el resto».
La petición oficial la hizo el Gobierno hace un mes: «Como llevamos aquí desde el principio, ahora se apoyan en nosotros», cuenta Pilar. «A veces nos llaman para calmarles cuando en la cola hay peleas, como si fuéramos policías». Sonríe. Ella es cocinera. O, por lo menos, es la que cada mañana se levanta para calentar la leche del desayuno y poner las lentejas en Moria.
«Se dice rápido lo de las tres comidas al día, para 2.000 personas», confiesa. «Menos mal que lo de repartir bollos y fruta nos ayuda mucho». Le pregunto cómo hace para calcular las cantidades. «Pues no sé, chica, en Preshevo, para 800 personas, hacía seis marmitas, así que vamos haciendo la proporción... Y siempre llega, hasta que viene un militar enfadado y nos dice que no repartamos más. Aquí todo va por horas y sin bromas, y tenemos que respetarlo, si queremos que nos sigan dejando estar».
Por eso hoy está indignada, impaciente, triste. Sabe que si no la dejan acceder al interior del campo, todas esas familias que la conocen y esperan seguirán sin tener su desayuno. «Se lo he dicho al comandante», me explica.
En la furgoneta de Mensajeros y Remar llegan Juan Carlos e Israel. Vienen de comprar naranjas y unas lonas para colocar donde los refugiados de Moria hacen cola para comer. «Hace mucho calor y les vemos con cartones en la cabeza para no sufrir una insolación», dice Juan Carlos, el marido de Pilar.
Israel, el tercero del equipo, es uno de los hijos del matrimonio. Igual que sus padres, conoce los otros lugares del drama de los refugiados. Después de estar los tres en Serbia, se sacó el carné de conducir en un mes: «Es lo que más necesitamos los voluntarios». Israel sólo tiene 20 años. Habla con su novia a partir de las once de la noche, cuando Moria duerme. Le veo hablar en inglés con sirios, afganos, kurdos, iraquíes, británicos, alemanes y griegos. Hace de traductor a sus padres. Dentro de Moria saben dónde están los problemas. Anoche me enseñaron la zona donde están los menores que han llegado solos a Europa. Estaban encerrados. «Esto es una cárcel», me dijo Pilar mostrando el candado. Los chavales aullaban, mugían, ladraban, rebuznaban. «Imitan el lenguaje de los animales porque se sienten en el matadero». Y entonces recordé algo que siempre lamenta el padre Ángel, presidente de Mensajeros de la Paz: que Europa tiene más cuidado con los animales que con los solicitantes de asilo que están llegando de Oriente Medio.
Y eso que hoy es un día especial para Pilar. Que las paredes de Moria están pintadas de blanco, los suelos limpios, algunas concertinas recogidas. «Lo han estado maquillando todo, porque viene el Vaticano, pero nosotros sabemos lo que hay», dice J. Carlos. «Moria es un centro de internamiento: de aquí sólo han salido los que se han llevado para Turquía, o los que han pagado a la Policía». El hombre no es un animal más. Lo aprendo observando a esta familia que se ha hecho imprescindible para la labor de Mensajeros-Remar Internacional en la isla de Lesbos. El hombre es un animal que cree en la justicia social y es capaz de hacer renuncias por los demás: «A mí me apetecería volver a casa, ver al resto de mis hijos», dice Pilar, «pero con lo que nos ha costado levantar esto, poder ayudarles tanto... Tenemos que insistir».
La puerta de Moria se abre. El guardia señala a Pilar. «This girl». Por fin, después de revisar su pasaporte, le piden que entre. Quedan pocas horas para que llegue el Papa y denuncie la situación de los refugiados. Si sirve para que Europa promueva de una vez acciones nuevas de solidaridad, este sábado sí que será un día especial para el esfuerzo de Juan Carlos, Israel y Pilar. Para esas miles de personas que cada día claman en Moria un momento de té y pan.
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