Ciudad del Vaticano

La sigilosa reconversión

La Razón
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En la mañana del martes 10 de septiembre el Papa Francisco ha reunido lo que podíamos llamar su «consejo de ministros»; es decir a los cardenales prefectos de las nueve Congregaciones de la Curia Romana y a los Presidentes de los doce Pontificios Consejos; a ellos se han unido el vicario para la diócesis de Roma y el presidente de la Comisión Pontificia para el estado de la Ciudad del Vaticano. La convocatoria para esta inesperada «cumbre» la hizo no la Secretaría de Estado sino la Prefectura de la Casa Pontificia. En la escueta carta no se daba ninguna indicación sobre los temas que se iban a abordar ni sobre el orden del día. Los asistentes, pues, llegaron a la Sala Bolonia del Palacio Apostólico sin saber muy bien para que se les convocaba.

La reunión ha durado tres horas y de ella se ha hecho público un escueto comunicado cuyo último párrafo es el único que insinúa la agenda de lo tratado: el Papa ha querido escuchar «las consideraciones y los consejos de sus principales colaboradores en Roma» a la vista de las sugerencias que se hicieron en las Congregaciones Generales previas al cónclave (algunas de ellas muy severas con la Curia y sobre todo con la Secretaría de Estado de Bertone) y con la perspectiva de que dentro de veinte días Bergoglio reunirá a su «consejo de la corona» :los ocho cardenales que ha escogido para trazar con ellos un mapa de reformas del gobierno de la iglesia universal.

El Papa – eso es indudable– tiene trazado un plan de reconversión de la Curia Romana que, como ha dicho a algunos de sus interlocutores, quiere que sea menos centralista, más abierta a la sinodalidad (es decir al cuerpo de los obispos), menos burocrática, más pastoral que jurídica, menos plataforma para las carreras eclesiásticas, más eficiente. Tarea ardua sin duda y que no puede hacerse de un día para otro.

Ese plan, que existe, está siendo llevado con gran sigilo para que no sea torpedeado por quienes tienen miedo a perder sus puestos y su influencia. La reunión de hoy – en mi modesta opinión– ha sido la última de la «vieja» curia a la que Francisco ha querido dar la oportunidad de expresarse pero que tiene los días contados aunque los tiempos de la Iglesia, como sabemos, son lentos.