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Dos papas santos

Renovadores de la Iglesia

La Razón
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Hoy el mundo entero tiene la vista puesta en Roma. Como Alcaldesa de Madrid quiero manifestar mi alegría por la canonización de los dos pontífices más célebres del siglo XX –Juan XXIII y Juan Pablo II–. Junto al reconocimiento canónico oficial de Su Santidad, para muchas personas ya lo eran desde el momento de su muerte. Creo que es una oportunidad para que todos, creyentes y no creyentes, reconozcamos el importante legado que ambos pontífices realizaron a favor de principios ineludibles como la defensa de la vida, de la libertad y de la dignidad personal. Más allá de etiquetas y de adhesiones políticas que poco o nada aportan, ambos pontífices –desde hoy San Juan XXIII y San Juan Pablo II– serán recordados como los mayores renovadores de la Iglesia católica. Su mensaje pastoral y doctrinal fue claro: la Iglesia no es ajena a los desafíos del mundo. Ambos, cada uno con su estilo y su carisma, destacaron por su compromiso –que debe ser también el nuestro– con los marginados, con los enfermos y con los ancianos. En definitiva, con los más débiles que corren el riesgo de quedarse al margen de la sociedad. Además, defendieron a lo largo de sus profundas vocaciones eclesiales la innegable libertad de la persona y la primacía de la dignidad humana.

De Juan XXIII –el «Papa Bueno» de la piedad popular y la devoción sincera que hemos comprobado durante años–, todos conocemos su compromiso con la paz –bellamente expuesto en la encíclica «Pacem in terris»– durante los años de mayor tensión de la Guerra Fría y fruto de su experiencia diplomática como nuncio en varios países.

Pero no fue menor el hito que supuso la convocatoria del Concilio Vaticano II. Le movía una idea: renovar la Iglesia. Por eso, este Concilio fue, sin duda, el acontecimiento más importante en la historia contemporánea de la Iglesia católica, tanto para su vida eclesial como para su relación con la sociedad civil, la ciencia y las instituciones políticas.

Juan Pablo II sin duda fue el primer Papa verdaderamente mediático. Su carisma arrollador y la firmeza de sus convicciones han quedado patentes a lo largo de los años. Defendió el valor inviolable de la vida humana en cualquier circunstancia e hizo del compromiso con la libertad un elemento fundamental sin el que no se puede explicar la identidad cristiana. Contribuyó decisivamente a derrotar al comunismo. Me gustaría destacar otra cosa de este Papa santo. Creo que los españoles, en general, y los madrileños, en particular, tenemos motivos adicionales para celebrar su canonización. Su vinculación con Madrid y con España hacen de él un Obispo de Roma muy especial para nosotros. Visitó nuestro país en varias ocasiones; pero también demostró su afecto por España y por Madrid de otra manera. Gracias a las Jornadas Mundiales de la Juventud, que comenzaron en Roma en 1984 y que se celebraron también en Santiago de Compostela, nuestra ciudad fue el centro de todas las miradas durante el verano de 2011. Esos días, la capital de España demostró que es un destino atractivo para todos, con infraestructuras de primer orden y con una capacidad de organización de grandes eventos sencillamente ejemplar.

Tuve la suerte de estar con él en distintas ocasiones, siempre en momentos muy especiales de mi vida. La primera vez que me encontré con el Santo Padre acababa de saber que estaba esperando a mi hijo pequeño. Solo con verle se podía sentir y comprender lo que es el carisma, un don que proyectó hasta el último día, cuando era la pura imagen del dolor.

Junto a estas consideraciones sobre los pequeños detalles concretos de dos líderes carismáticos unidos por su santidad, quiero subrayar que los dos quisieron aprovechar el empuje de la juventud y destacaron la necesidad de cultivar el espíritu, edificar una cultura personal alejada de ideologías obsoletas y defender causas justas por encima del relativismo moral. Por todo ello, el mundo tiene un motivo de alegría, que no es otra que la del reconocimiento de unos valores que, en estos tiempos de dificultades, contienen la respuesta a la crisis que atravesamos. De hecho, estoy segura de que la peregrinación que ha viajado desde la Archidiócesis de Madrid, una de las más importantes de Europa para la Iglesia católica, será un éxito de alegría, devoción y compromiso.