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Juan Pablo II

Un Papa que amaba España

La Razón
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Conocí al entonces arzobnispo de Cracovia en 1971. Celebraba una misa en honor de San Maximiliano Kolbe en la Iglesia de Santa María, en pleno corazón de Cracovia. Me impresiónó ya su manera de celebrar en medio de su pueblo y su impresionante modo de comunicar con los fieles en una homilía que duró algo más de media hora y que fue interrumpida más de una vez por atronadores aplausuos. Estábamos todavía en pleno apogeo del poder comunista sobre Polonia y muy lejos de imaginar que aquel intrépido arzobispo sería elegido, siete años más tarde, sucesor del Apóstol Pedro con el nombre de Juan Pablo II. Tampoco podría haber imaginado que el 2 de febrero de 1993, en el 25ª aniversario de mi ordenacion sacerdotal, iba a tener el privilegio de concelebrar la Eucaristía con Juan Pablo II en la capilla privada del Pontífice.

Nunca podré olvidar la experiencia de estar a su lado durante la celebración y, sobre todo, cuando al acabar la misma me colocó sobre los hombros la estola con la que había celebrado el rito eucarístico y me dijo: «Consérvela como recuedo de este día». Desde entonces, tengo conmigo ese precioso regalo que se ha convertido en una extraordinaria reliquia que me acompaña siempre.

En los 27 años de su Pontificado tuve la oportunidad de acompañarle en muchos de sus viajes a través del mundo y, de modo especial, en los cinco que realizó a España; el primero de ellos, en 1982, estuve muy cerca de él en lugares tan emblemático como el Santuario de Loyola y Santiago de de Compostela. Me hizo mella especial estar a su lado en el Estadio Santiago Bernanéu de Madrid, donde fue aclamado hasta lo indescriptible por millares de jóvenes venidos de toda España. Recuerdo que el cardenal Tarancón me dijo: «No he visto en mi vida un espectáculo tan conmovedor e impresionante».

Ya sé que del Pontificado de Karol Wojtyla han circulado calificaciones diversas, algunas de ellas totalmente injustas y desagradecidas. Su beatificación y posterior canonización demuestran que fue un Papa muy amado y que nadie podrá regatearle el homenaje de haberse inmolado hasta lo inverosímil en su entrega a la misión que le confío Cristo.

Fue un Papa, como todos, con aspectos discutibles, pero eso no resta nada a su incondicional entrega al servicio de la Iglesia y del mundo. No puedo entrar en este segundo aspecto, pero sería una inmensa ingratitud no reconocerle su contribución esencial a la caída del imperio marxista -leninista y su denuncia de las inmensas desigualdades del mundo que le tocó vivir.

Por último, diría que fue un polaco total, pero que, como hombre de Dios, supo abrir sus brazos y su corazón al mundo entero. Vuelvo así a mi encuentro inicial con él en Cracovia, donde me dijo: «Ah, España, ese país que tanto amo». Lo demostró con creces y es el momento de agradecérselo.

*Sacerdote y periodista. Corresponsal de Antena 3 en el Vaticano