Estudio
La exposición a antibióticos en el útero o tras el nacimiento podría afectar a las funciones cognitivas del bebé
En Estados Unidos, un menor promedio recibe casi tres ciclos de antibióticos antes de los dos años de edad. Los autores del estudio sugieren reducir el uso generalizado de estos medicamentos para prevenir problemas de desarrollo neurológico
Los antibióticos matan las bacterias malas, pero también las buenas. Son medicamentos bastante fuertes en adultos y más en niños que tienen aún un sistema inmune en desarrollo. Ahora, una nueva investigación concluye que la exposición a antibióticos en una etapa temprana de la vida podría alterar el desarrollo del cerebro humano en áreas responsables de las funciones cognitivas y emocionales.
El estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Rutgers, en EE UU, y publicado en la revista “iScience”, sugiere que la penicilina cambia el microbioma, los billones de microorganismos beneficiosos que viven en y sobre nuestros cuerpos, así como la expresión genética, que permite que las células respondan a su entorno cambiante, en áreas clave de el cerebro en desarrollo. Los hallazgos sugieren reducir el uso generalizado de antibióticos o utilizar alternativas cuando sea posible para prevenir problemas de desarrollo neurológico.
La penicilina y los medicamentos relacionados (como ampicilina y amoxicilina) son los antibióticos más utilizados en niños en todo el mundo. En los Estados Unidos, un menor promedio recibe casi tres ciclos de antibióticos antes de los dos años de edad. En muchos otros países ocurren tasas de exposición similares o mayores. En España, donde los últimos datos son de 2016, los menores de tres años a menudo han ingerido de dos a tres ciclos de antibióticos a lo lardo de su corta vida sin que estuviera indicado, ya que más del 90% de las infecciones que padecen los menores en esos primeros años de vida se deben a virus, no a bacterias, tal y como informó en su día el Comité de Medicamentos de la Asociación Española de Pediatría (AEP).
“Nuestro trabajo anterior ha demostrado que exponer animales jóvenes a antibióticos cambia su metabolismo e inmunidad. El tercer desarrollo importante en la vida temprana involucra al cerebro. Este estudio es preliminar, pero muestra una correlación entre la alteración del microbioma y los cambios en el cerebro, lo que debería ser profundamente explorado“, dijo el autor principal Martin Blaser, director del Centro de Biotecnología y Medicina Avanzadas en Rutgers.
El estudio comparó ratones expuestos a dosis bajas de penicilina en el útero o inmediatamente después del nacimiento con aquellos que no estuvieron expuestos. Y descubrieron que los ratones que recibieron penicilina experimentaron cambios sustanciales en su microbiota intestinal y alteraciones en la expresión génica en la corteza frontal y la amígdala, dos áreas clave del cerebro responsables del desarrollo de la memoria, así como del miedo y las respuestas al estrés.
Cada más más estudios vinculan los fenómenos en el tracto intestinal con la señalización al cerebro, un campo de estudio conocido como el “eje intestino-cerebro”. Si esta vía se altera, puede provocar una alteración permanente de la estructura y función del cerebro, y posiblemente conducir a trastornos neuropsiquiátricos o neurodegenerativos en la infancia o la edad adulta.
“La vida temprana es un período crítico para el desarrollo neurológico”, dijo Blaser. “En las últimas décadas, ha habido un aumento en la incidencia de trastornos del desarrollo neurológico infantil, incluido el trastorno del espectro autista, el trastorno por déficit de atención / hiperactividad y las discapacidades del aprendizaje. Aunque es probable que el aumento de la conciencia y el diagnóstico sean factores contribuyentes, las alteraciones en la expresión genética cerebral en las primeras etapas del desarrollo también podría ser responsable “.
Se necesitan estudios futuros para determinar si los antibióticos afectan directamente el desarrollo del cerebro o si las moléculas del microbioma que viajan al cerebro alteran la actividad genética y causan déficits cognitivos, reconocen los autores de este estudio.
La investigación se realizó junto con Zhan Gao en Rutgers y la ex estudiante de posgrado de Blaser, Anjelique Schulfer, así como con Angelina Volkova, Kelly Ruggles y Stephen Ginsberg, de la Universidad de Nueva York.
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